Lo grotesco de un mundo sin innovación

Ordenando mis cosas, llego a uno de los microcuentos de István Örkény, creo que el único que es posible encontrar en la web traducido al español. Su protagonista, de cuatro años, me recuerda la protagonista de La era del diamante, pues ambas niñas muestran que conocimiento y contexto son inseparables. Aquí va el cuento.

La niña sólo tenía cuatro años, sus recuerdos, probablemente, ya se habían desvanecido y su madre, para concienciarle del cambio que les esperaría, la llevó a la cerca de alambre de espino; desde allí, de lejos, le enseñó el tren.
—¿No estás contenta? Ese tren nos llevará a casa.
—Y entonces ¿qué pasará?
—Entonces ya estaremos en casa.
—¿Qué significa estar en casa?— preguntó la niña.
—El lugar donde vivíamos antes.
—¿Y qué hay allí?
—¿Te acuerdas todavía de tu osito? Quizás encontremos también tus muñecas.
—Mamá, ¿en casa también hay centinelas?
—No, allí no hay.
—Entonces, de allí ¿se podrá escapar?

Del sistema interjaula, del mundo del espíritu nacional, del rompecabezas de piezas planas, si se destila, lo que queda, es grotesco.

De lo reciente a lo relevante, del cómo al quién

No faltan ejemplos que muestren con claridad que las arquitecturas informacionales (el cómo) siempre sustentan una estructura de poder (el quién). Para comprender conceptos como la neutralidad de la red o entender fenómenos como Wikileaks, lo mejor es partir del cómo para descubrir el quién. Douglas Rushkoff, en su nuevo libro Program or be programmed llama a las herramientas digitales «sistemas con intenciones» para avisar de que «si no sabemos cómo funcionan, no sabremos qué persiguen».

Por otro lado, cuando lo que se quiere es construir, hay que partir de un quién para elegir el cómo. Cuando en 2009 me hice una cuenta en Twitter, mi punto de partida era que esa herramienta me tenía que servir a mí en mi camino de comprender cómo funcionaba «la sociedad del conocimiento».

Hasta 2008, aparte del email que usaba en mi trabajo y para mantener contacto con las personas que eran importantes para mí, veía a Internet principalmente como ese gran centro comercial donde comprar libros, billetes de avión o habitaciones de hotel, propio más bien de la burbuja puntocom. Cuando a partir de 2004 se extendió en Hungría el uso de iwiw (Internet Who is Who), tardé poco en borrar mi perfil al darme cuenta de que perdía el control sobre mi identidad y la forma en que me gustaba relacionarme. Mi propio comportamiento de mirar perfiles de personas con las que no tenía ni quería tener relación real me sugería que muchos otros usuarios estaban haciendo lo mismo. Y no me parecía que eso fuera bueno.

Cuando en 2009 —a raíz de una asignatura en la UOC, la mejor con diferencia— empecé a leer blogs y creé uno propio, rápidamente llegué a la conclusión de que tener una cuenta en Twitter era algo cuasi obligatorio en la <a «web 2.0». Al fin y al cabo, ahora se trataba de una web social en la que uno no sólo recibía sino también interactuaba. Otro de los sitios obligados de esa web social —Facebook— no me atraía nada, pero Twitter parecía un juego que merecía la pena probar.

Durante los ocho meses en Twitter, lo único realmente útil que encontré fueron algunos enlaces y nuevos blogs, ergo, Twitter me funcionó como otro lector de feeds en el cual, si buscaba mucho, a veces encontraba algo que merecía la pena. Por tanto, Twitter, para serme útil, requería un blog que estuviera detrás pero entonces ¿por qué no suscribirme directamente a los feeds del blog?

Otra de las palabras mágicas asociadas a Twitter era «networking». A este respecto me ha aportado bien poco aunque cabría preguntarse qué se entiende en realidad bajo este término en Twitter. Las que se convirtieron en mis followers y following eran personas que no conocía personalmente y, ahora con el uso de Twitter, seguía sin conocerlas. No he probado Twitter con personas a las que conociera, pero lo más diferenciador de Twitter, la limitación de los mensajes a 140 caracteres, ¿no resultaría más bien molesto con personas con las que quisiera interactuar? ¿Por qué, si no, esta limitación es lo primero que se elimina cuando educadores plantean una herramienta parecida?

Sí he encontrado una cosa que con Twitter es más fácil de conseguir que con un blog ya sea usándolo para «networking» ya sea como canal de comunicación —generalmente unidireccional— por parte de empresas: hacer ruido sin decir nada sustancial. Fue eso de lo que me acordé cuando leí en el libro de Rushkoff que para florecer en la Red había que decir la verdad pero que eso implicaba «tener una verdad que decir».

Todo apuntaba, pues, a que Twitter era otra de esas herramientas azucaradas que ayudan —en este caso mediante la sustitución de la interacción por la velocidad, de lo relevante por lo reciente— a no pararse a pensar qué sentido tiene lo que hacemos. En función de qué intereses hacemos lo que hacemos. Como la famosa pregunta de los «objetivos del proyecto» en las solicitudes de subvenciones, que se acaban respondiendo con palabras vacías porque el sujeto del proyecto no es real, es imaginado. En el caso de Twitter, esto se agrava con una infraestructura centralizada que acaba sirviendo a los que les interesa la centralización ya sea para censurar, ya sea para controlar a otros.

Medido, Twitter me ha resultado demasiado ligero y banal. Si quiere pasar de lo reciente a lo relevante, del cómo al quién, la persona que llega a la Red en la segunda mitad de la década, redescubre los blogs.

La era del diamante o por qué es preferible no recorrer el camino recto

Islas en la red de Bruce Sterling mostró un mundo globalizado en el que la pregunta ¿por qué seguir trabajando a través de los gobiernos? se hacía inevitable a la vez que representaba una cálida promesa. En La era del diamante conocemos un mundo parecido pero con tecnología más fina, personas y relaciones más complejas y un orden mundial que definitivamente ha dejado de articularse por medio de estados nacionales si bienlo descentralizado no acaba de dejar paso a lo distribuido, la economía sigue basándose en monopolios que aborrecen la competición y la asociación del poder al territorio hace muy difícil «vivir en el riesgo sin necesidad de matar a nadie».

Ha sido curioso observar cómo las ideas que Stephenson materializó en este libro de 1995, conectan con hechos e ideas del 2010. La arrasadora velocidad de cambio social impulsado por China y los pronósticos sobre la nanotecnología que convierte el cuerpo humano en máquina inteligente no pueden más que cobrar nueva luz después de la lectura de La era.

Filés

Considerando tendencias actuales como que los estados nacionales cada vez que corren a apagar un fuego acaban -por el carácter obsoleto de sus herramientas y su lógica interna- subvencionando al pirómano con tal de salir del problema y que la gobernanza global en el sentido de leyes globales no se va a dar o si se da, no valdrá para las empresas transnacionales porque se habrán enfrentado antes a los problemas que aquellas vendrán a legislar, es más que interesante adentrarse en la arquitectura mundial que Stephenson crea en el libro y cuyo elemento esencial es la filé.

La filé de La era se escribe phyle y es una comunidad transnacional de asociación voluntaria y con economía propia que cobra formas diversas dependiendo de los valores que la articulan. Esto en sí, o sea, que los valores conducen a la forma y carácter que adquiere una comunidad (son los medios que determinan los fines y no al revés) constituye una valiosa lección del libro. La phyle que más llegamos a conocer, la de los neovictorianos, próspera y fuerte (la descripción de uno de sus fundadores quien, en su juventud «descubrió que la forma más segura de escandalizar a la mayoría de la gente en esa época era creer que algunos comportamientos eran malos y otros buenos, y que era razonable vivir la vida de esa forma», da pistas sobre los valores de esta phyle), se parece a la Rizome y Kymera de Islas en la red puesto que es un actor económico y político posnacional y de libre asociación, sin embargo es distinto de las anteriores en cuanto que carece de democracia económica; tiene una estructura jerárquica rígida, es propietaria de tecnologías a través de las cuales domina las otras phyles y contribuye a la creación de un mundo en que todo se puede vigilar.

Conocimiento

La fuente de su poder dominante es, a su vez, el punto débil de los neovictorianos. La misma rigidez de su estructura, la protección de su propiedad intelectual y su lógica universalista, o sea, las características que le dan tan enorme poder sobre otros, tendrán como consecuencia el estancamiento del conocimiento y de la innovación que, a la larga, significarán su fin como phyle. Serán ésta y parecidas las contradicciones y ambigüedades que Nell aprenderá a manejar a lo largo de la historia y serán personas con ética hacker que harán, desde dentro del sistema y sin necesidad de derrocarlo antes, que las cosas cambien.

Uno de ellos, cuyo nombre -Hackworth- es la unión del postmoderno hacker y del romántico Wordsworth, programa el Manual ilustrado para jovencitas, una herramienta que lo tiene todo para crear libertad y no dependencia. Si la educación adoctrinadora que reciben los jóvenes neovictorianos («pueden decirte en qué creen pero no por qué lo creen») se parece a la Wikipedia de la etapa un pequeño grupo de bibliotecarios deciden qué es relevante para el resto del mundo), la analogía con el Manual serían las contextopedias de la era distribuida que empoderan a las personas que las crean por medio de la deliberación. El Manual integra, así, los dos ingredientes más importantes de cualquier pedagogía que merezca la pena: la personalización (es capaz de crear contextos dinámicos según las experiencias concretas de las niñas) y las relaciones afectivas y de confianza (la figura de Miranda) para enseñarnos que el conocimiento se genera a través de la interacción, que ésta implica la existencia de una comunidad, y que los contextos dinámicos, con una gran capacidad adaptativa, nacen de comunidades de topología muy distribuida y con una alta interacción entre sus miembros.

La última característica que hace que el Manual cree libertad y no dependencia es que la propia herramienta sea libre, es decir, que no esté protegida mediante derechos de propiedad intelectual más allá de los morales. La historia de Nell nos muestra que de este tipo de libertad dependen vidas, en el plano de la supervivencia individual, y futuros, en el plano del porvenir de la sociedad.

Hackerina

Empoderada mediante el conocimiento, que es exactamente el que necesita primero para sobrevivir y luego para construir, la hackerina Nell no puede ni conformarse con el camino recto y estrecho ni simplemente darle la espalda a lo que le causa sufrimiento. Lo que hará es construir una nueva filé alrededor de los relatos que ha ido creando junto con el Manual.

—Sé, por supuesto, que tengo perspectivas favorables en la phyle atlante. —dijo Nell—, pero creo que no sería adecuado para mí recorrer el camino recto y estrecho. Ahora voy a China a buscar fortuna.

La historia incluye la creación, por parte de grupos cuyo interés es traer bienestar a los oprimidos, de una tecnología llamada seed para combatir el feed, la tecnología dominante controlada por los atlantes. La manera en que se resuelve este hilo de la trama me parece una apuesta en contra del determinismo tecnológico, o sea, que no vale la pena construir nuevas tecnologías (el seed) si el precio es la amputación psicológica (de Nell, que perdería a su madre), por utilizar una expresión que escuché en un documental el otro día. Es decir, si ese es el precio, el resultado no merecerá la pena, toca buscar otros caminos.

La era del diamante me ha abierto el apetito tanto para juegos de rol como para más Stephenson. Me ha dejado con muchas ganas de leer tanto El Ciclo Barroco como Mongoliad.

¡Sean más postmodernos! ¡Agarren el problema con ambas manos!

He llegado a la lectura probablemente más comentada, recordada y recomendada del itinerario: Islas en la red, de Bruce Sterling. Situada en 2023, en un mundo de guerras postmodernas en el que la descomposición pone frenos a una globalización plena, su protagonista Laura Webster, otra de las figuras hacker de Sterling, descubre las estructuras de poder de ese mundo y las distintas respuestas que se dan a los retos que presenta.

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Hablar hoy en día de internacionalización es obsoleto

Acabo de terminar de leer el ensayo de Josu Ugarte, Presidente de Mondragón Internacional, publicado en la Colección Biblioteca de las Indias. La pregunta del título, Cómo salir de la crisis, está hecha desde el punto de vista de la PyME industrial y la respuesta del autor a ella es: transnacionalización. O, en otras palabras, globalización de los pequeños.

El ensayo no sólo inmuniza contra miedos antiglobalistas de dumping social, sino trae argumentos convincentes de que organizar la PyME de modo transnacional, es decir globalizarla, es, en ciertos sectores, lo único que va a permitir mantener y crear empleo en el entorno local. Si quieres tener empleo aquí, has de llevártelo allá.

Para entender el razonamiento de Josu Ugarte, es esencial percatarse de la diferencia que hace entre internacionalización y transnacionalización y ser consciente de su importancia. La empresa que se internacionaliza concibe su sitio en el mundo como el centro, desde el cual exporta o hace, aparte de venta doméstica, venta internacional. La empresa que se ve como transnacional, sabe que ya no hay centro. Esta es la mirada desde la que el autor afirma que «hablar hoy en día de internacionalización es obsoleto». En el párrafo que cierra el libro lo explica con mucha claridad:

Estamos viviendo un cambio de paradigma. No estamos ya en una crisis competitiva que se pueda superar simplemente exportando más. Hemos de iniciar otro camino: instalarnos en los mismos lugares desde los que hoy nos llega una competencia cada vez más potente. Hemos de aprender a considerar aquellos mercados como nuestros con la misma naturalidad y conocimiento con las que hoy hablamos de nuestros clientes tradicionales. Hemos de entender a los trabajadores como parte de un único equipo transnacional. La paradoja es que sólo así volveremos a poder crear empleo en nuestro entorno actual. El riesgo, que no podamos llegar a tiempo. La promesa: liderar una plataforma industrial global que nos permita crecer sin perder bienestar, acompañando el desarrollo de los recién llegados al mercado mundial.

Acompañar el desarrollo de los recién llegados al mercado mundial… no dominar sino habitar el mundo, tratar a los colaboradores como iguales, movernos por nuevos lugares como si fueran nuestra casa. Y para ello, tener casa allí donde producimos y vendemos.

Aparte de su firme apuesta por ese cambio de paradigma -firmeza imprescindible puesto, como dice, la mayoría no es consciente del «tremendo impacto que va a tener la globalización en nuestras vidas a muy corto plazo»-, el libro me tiene seducida porque Josu Ugarte cuenta su propia experiencia en el mercado mundial en términos concretos y ofrece propuestas no menos concretas para ponernos a trabajar.

¿El futuro del trabajo?

Siempre me ha parecido problemática la llamada intermediación laboral en la cual la falta de confianza entre el que demanda trabajo y el que lo oferta se soluciona recurriendo a un tercero en el cual ninguno de los dos confía. Las empresas de trabajo temporal, por ejemplo -y desde mi punto de vista-, basan sus ingresos en ahorrar el coste de generar la confianza necesaria para construir grupos de personas que sean buenos e innovadores trabajando juntos. Este coste, es especial en el caso de burocracias y otras rígidas jerarquías formales, sería considerablemente más alto que pagar el parche que pone la ETT. El status quo se salva a cambio de perder resiliencia e innovación. Y a cambio de instrumentalizar las personas.

A este tipo de intermediación laboral ahora se le añade que las personas a contratar son autónomos y pueden estar situados en cualquier parte del planeta. Se monta un servicio web para organizarlos globalmente y ya tendríamos el futuro del trabajo resuelto. O no.

Hay dos características de ese servicio web que me hacen pensar que ese futuro puede no ser más que el traslado a la web del modelo anterior protegedor del status quo.

La primera es que se paga por horas. Los autónomos se conectan al sistema mientras trabajan y éste registra impresiones de pantalla y de otros documentos de trabajo. Si una de las características de la ética hacker de trabajo es precisamente una nueva mentalidad respecto al tiempo que consiste en trabajar orientado por metas en lugar de horarios, ¿no es del siglo pasado pensar que el futuro del trabajo es utilizar la tecnología para contabilizar mejor e incluso a distancia las horas trabajadas?

La segunda es que se trata de un servicio centralizado. Las relaciones y el dinero pasan inevitablemente a través de un único centro, la empresa que montó y mantiene el servicio. Si en el capitalismo que viene los mercados y los entornos virtuales son bienes públicos basados en software libre, ¿en qué se basa la afirmación de que el futuro del trabajo pasa por servicios web cerrados y centralizados?

Estas dos características son las que me hacen pensar que los creadores del servicio piensan en el autónomo como aquel articulista que lo presentó como una persona rodeado por «el agobio de la soledad y la sensación de aislamiento».

Quizá ocurrió porque los creadores del servicio pensaron en el futuro del trabajo desde la perspectiva de quien quiere mantener el status quo en lugar de innovar y pensarlo desde la diversidad de los futuros que vienen. Ya lo dijo Bruce Sterling en Islas en la red:

Las burocracias centralizadas protegen siempre al status quo. No innovan. Y es precisamente la innovación la auténtica amenaza. No es tan malo que nos causen algunos arañazos. El problema surge cuando piensan más que nosotros.

Islas en la red, en el Iliad

Llevo muchos años leyendo documentos y libros en la pantalla del ordenador. Si eran muy largos y tenía una impresora cerca, me los imprimía para, pasado cierto tiempo, inevitablemente tirarlos.

Ahora, al leer Islas en la red en un lector de libros electrónicos prestado con cariño, ha llegado el momento para reconocer que leer en pantalla cansa los ojos mucho más allá de lo deseable. Y no es esto lo único que queda solucionado con un lector de libros electrónicos. Éste, además, se deja llevar del sofá a la cama y viceversa con toda naturalidad.