Modo de vida

Así que miraba fascinado a esa gente en sus mobes e intentaba concebir cómo era su vida. Miles de años antes, el trabajo de la gente había sido subdividido en empleos rutinarios para organizaciones donde las personas eran piezas intercambiables. Así debía ser; así se organizaba una economía productiva. Pero era fácil detectar una voluntad oculta tras esa situación: no exactamente una voluntad malvada, pero sí una voluntad egoísta. La gente que había conformado ese sistema tenía celos, no del dinero, ni del poder, sino de las tramas. Si sus empleados hubiesen vuelto a casa cada día con historias interesantes que contar, entonces es que algo habría salido mal: habría habido un apagón, una huelga, un asesinato en masa. Los Poderes Fácticos no podían consentir que otros tuviesen tramas propias a menos que fuesen historias falsas inventadas para motivarlos. Las personas que no podían vivir sin una trama habían acabado en los concentos o en trabajos como los de Yul. Los demás tenían que buscar más allá de su trabajo para sentir que formaban parte de una narración, razón por la que se suponía que los seculares estaban tan preocupados por los deportes y la religión. ¿Cómo si no podías sentirte parte de una aventura? De algo con un comienzo, un nudo, un desenlace en el que tuvieras un papel importante. Nosotros los avotos lo teníamos porque formábamos parte del proyecto de aprender cosas nuevas.

Al avanzar en la lectura de Anatema me estoy dando cuenta de que, del mismo modo que las herramientas no son inocentes, el modo de vida tampoco lo es. Si el resultado es vivir una trama propia o no, entonces podríamos decir que tanto las herramientas como el modo de vida son la urdimbre, la infraestructura que puede facilitar vivirla o no. El proyecto de los avotos de Anatema de aprender cosas nuevas requiere de los concentos que le sirven de urdimbre. De forma parecida, acceder al emprendimiento sin barreras de entrada, hoy en día requiere de software libre como infraestructura. Se trata de las bases a partir de las que hacer cosas.

Creo que en esto radica la importancia del modo de vida indiano: en ser la base de convivencia para una trama propia.

Acostumbrarse a estar conmocionado

Para mantener con vida la acumulación existente de ideas se requiere… todo esto.

Con estas palabras, Fra Erasmas se refiere al concento donde vive y, de hecho, no se me ocurre mejor metáfora para lo que es, en realidad, el conocimiento. Normas de coherencia interna, calma y reflexión para la deliberación, interacción sostenida en el tiempo, identidad real y una comunidad que comparte valores y modo de vida. En efecto, se requiere de todo esto para generar conocimiento y poder enfrentarse a los cambios de otra forma. Al mismo tiempo, es, por definición, inevitable que una estructura así sea lo que en el libro se llama semántica, es decir, busque y genere sus propios significados y sentido. Tampoco es casualidad que las comunidades así no sirvan para gobernar, ni para ser gobernados, a base del universalismo y empleando identidades imaginadas.

En el punto en el que me encuentro en la lectura de Anatema de Neal Stephenson, Erasmas ya se había acostumbrado a estar conmocionado lo que, intuyo, le será de gran ayuda en lo que le espera. Y, seguramente, se trate de un estado de ánimo, de un cierto modo de ver las cosas, que también aporta ventajas en la época que vivimos ahora y de ahí en adelante.

¿Dónde viven los voluntarios?

Aparte de una presidencia de la Unión Europea capitaneado por el gobierno húngaro que, después de lo que se podría llamar un mal comienzo, seguramente seguirá volcando a la superficie los signos de la descomposición, 2011 también trae el año europeo del voluntariado.

La Comisaria de Justicia, Derechos Fundamentales y Ciudadanía ha dicho hoy en Budapest que los voluntarios, que a cambio de su trabajo no esperan ni retribución ni reconocimiento, son los héroes verdaderos de Europa. El presidente del estado húngaro ha reforzado el mensaje diciendo que «voluntario es lo que se hace sin interés». Este discurso del voluntario como persona desinteresada y sacrificada (una imagen muy parecida, por cierto, al emprendedor social) se integra en el marco del beneficio económico del trabajo voluntario (según calcula la UE, supone el 5% del PIB y cada euro invertido en promover el voluntariado da un retorno de entre 5 y 8 euros) y en el de un paro juvenil que, cuantificado a nivel de la UE, alcanza el 21%.

Resulta curioso esta negación de la motivación e interés personal que mueve a las personas, también a los llamados voluntarios, a hacer cosas. La invisibilidad de la autonomía personal y comunitaria en un discurso que se supone va de la cohesión social, se comprende sin embargo cuando uno se da cuenta de que los voluntarios, igual que los jóvenes o los pobres, son habitantes de una comunidad imaginada que vive en el estado, instrumentos de lo que es nacionalismo hoy.

Mercado, comunidad y demos

Lo maravilloso de nuestra época es que el legado del capitalismo es una productividad tal que permite a las comunidades reales alcanzar la abundancia en más y más campos. Ese es el fondo verdaderamente revolucionario de nuestra época.

Estas palabras de David me han servido para relacionar la escasez con las identidades imaginadas y seguir comprendiendo el verdadero alcance de la lógica de la abundancia. Si bien la comunidad indiana es un espacio de relación social no mediada por la coerción, no todas las comunidades reales lo son. En condiciones de escasez es fácil justificar el autoritarismo o acabar suplantando las identidades reales por otras imaginadas tras los cuales una comunidad, esa sí real, esconde su voluntad de construir maquinarias sociales de poder. No hay más que pensar en el Dios de los judíos o en el de los musulmanes, ambos nacidos en el desierto. O en la incapacidad de concebir el mundo sin el estado porque se ve como una solución al autoritarismo de las comunidades religiosas (cuando, en realidad, el estado-nación no es más que otro tipo de autoritarismo y las personas siguen sin ser los protagonistas de sus propias vidas). Podríamos, en un ejercicio estimulante, identificar, en el caso de cada comunidad imaginada (la nación, la clase, el género, la humanidad, los pobres…) las condiciones de escasez que se pueden relacionar con su origen para llegar a un punto en la historia en el cual estas se transforman en la abundancia a la que se refiere David, y observar que ahora la escasez se genera artificialmente para perpetuar la estructura de poder subyacente. Y darnos cuenta de que, si se genera artificialmente, es porque tiene que haber otra opción distinta.

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Garum: mercados transnacionales para la globalización de los pequeños

En un mundo donde lo nacional no llega y lo internacional no funciona, cuyas libertades han de ser garantizadas y su economía desarrollada, el mito del Garum es un hermoso relato que nos muestra que el mercado, más allá del lugar donde se produce la compraventa, es, ante todo, un espacio de cohesión social. No nacional, ni internacional, sino transnacional.

De ahí lo acertado del objetivo de Garum Fundatio de «conseguir que toda aquella persona que quiera asumir los riesgos de creación de una empresa, con un proyecto plausible, tenga acceso a las herramientas y financiación para llevarlo a la práctica». El presidente de Garum Fundatio sabe que el juez que decide si un proyecto es plausible o no es el mercado, de modo que su primer proyecto es Bazar, una herramienta de software libre para generar mercados. Mercados transnacionales para la globalización de los pequeños, cuya gran oportunidad para acceder a espacios de abundancia y, por consiguiente, de libertad, está ligada a la estructura que ofrece una Red neutral y distribuida.

McNulty, intraemprendedor social

Antes de viajar al II Encuentro eurolatinoamericano de emprendedores sociales juveniles, me preguntaba si al emprendedor hay que añadirle el adjetivo social por la misma razón que los indianos añaden el adjetivo real a las palabras identidad y comunidad. Si llamar la identidad real tiene sentido para diferenciarlo de la identidad imaginada, llamar al emprendedor social, me dije, cobraría sentido al querer diferenciarlo del emprendedor o inversor especulador cuyo interés es vender su empresa y multiplicar su inversión. Así, el emprendedor social sería una persona muy parecida al emprendedor artesano lo cual ofrecería una base común desde donde empezar a conversar.

La primera señal de que esto no era así fue que el encuentro, en realidad, no era de emprendedores. Los asistentes y ponentes con los que he coincidido eran funcionarios públicos y empleados de cámaras o de oenegés, todos promoviendo y premiando el emprendizaje no sólo social sino ahora también juvenil, pero nadie que haya fundado una empresa en su vida.

Uno de los ponentes dio una buen resumen de toda la teoría que se ha hecho hasta el momento en emprendizaje social. Diferenciaba entre tres tipos de persona emprendedora: la que trabaja para otros aportando innovación (el intraemprendedor), la persona que emprende con otros (el emprendedor) y la persona que emprende para otros (el emprendedor social). En el caso del intraemprendedor también cabía el adjetivo social si éste trabajaba en una oenegé o para el estado.

Las conversaciones durante las comidas y los paseos, si bien agradables, no hicieron más que confirmarme que el emprendedor social, tal como lo entendían en ese evento, tiene ese cariz oenegista de ayudar a otros que son pobres y no pueden hacerse cargo de su vida mientras que él sí puede (hacerse cargo de las vidas de otros). Y este enfoque universalista, esté basada en la visión cristiana del mundo o en el nacionalismo, no es precisamente el que va a permitir que el emprendedor social se mantenga al margen de las lealtades y jerarquías sociales del poder. En la mayoría de los casos, sus lealtades le situarán en el lado del poder, no le importará mantener el status quo y, si para conseguir una subvención tiene que ponerse el adjetivo juvenil, se lo pone.

Finalmente, supimos que un estudio de Ashoka había descubierto que los emprendedores sociales, al trabajar tanto para otros, suelen tener problemas familiares y vidas privadas desastrosas. A los que hayamos visto las cinco temporadas de The Wire, esto nos permite identificar a McNulty como el intraemprendedor social por excelencia.

Vuelta a las ZTA

Zonas Temporalmente Autónomas es una fuente a la que es inevitable volver una y otra vez a lo largo del itinerario. La distinción que se hace entre revolución y revuelta me pareció una de las ideas más sugerentes del texto y que recordé al ver el documental Autonomía Obrera. Ahora, al detenerme en la página de la Indianopedia sobre la comunidad real, me fijo en que, en la península del siglo XVI, comunidad era sinónimo de revuelta en un contexto que evoca el mito de Croatán. Si las ZTA son espacios de relación social no mediada por la coerción, las comunidades reales sin duda, lo son también.

«L’État, c’est moi»

Si en los muchos eventos internacionales en los que he participado en los últimos siete años afronté las conversaciones tipo enmipaís-entupaís con resignación, en el último no he podido más que fijarme en lo absurdo de las comunidades imaginadas cuando aparecen formuladas en frases. Después de escuchar de los ponentes frases como «mi país es machista», «tenemos nueve volcanes» y «x por ciento logramos ingresar en la universidad», de qué extrañarse cuando las preguntas del público ya no van dirigidas a las personas sino… a estados-nación, claro. «Tengo una pregunta para Paraguay».

Filés: nuestro verdadero tamaño

Muchos discursos y análisis sobre la globalización y la sociedad de la información presentan el mundo como una gran red interconectada. La palabra red, junto a la de comunidad hace tiempo que se convirtieron en el nuevo mantra que lo explica todo. Uno puede hacer un master en sociedad de la información sin enterarse de que lo realmente novedoso de Internet no es su mera forma de red sino la topología concreta de red en la que se basa su estructura y las propiedades sociales que ésta hace emerger. En cuanto a la palabra comunidad, los masteres oficiales del mundo de las comunidades imaginadas simplemente no son el espacio donde reflexionar sobre qué es una comunidad.

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Escala humana vs aritmética de hormigas

Releyendo Los futuros que vienen, los párrafos sobre la escala humana me han recordado las hormigas de La era del diamante.

Dice David en Los futuros:

Parece comprobado por la Neurología y sustentado por la evidencia histórica que tenemos una limitación física, un techo fisiológico que no nos permite procesar más que un cierto número de relaciones interpersonales. Somos físicamente incapaces de relacionarnos en un espacio de fraternidad de más de ciento cincuenta personas. A partir de ahí nuestro cerebro salta, cambia de objeto y de manera de pensar simplemente porque es incapaz de manejar tanta información.

En La era leemos:

En la aritmética de las hormigas sólo hay dos números: Cero, que significa cualquier cosa por debajo de un millón, y Algunos.

Para, unas páginas más adelante, encontrarnos con esta exclamación de la Reina de las hormigas:

—¡Muévete con energía, pulmonado! ¡El tiempo es comida! No te preocupes por las hormigas bajo tus patas, no es posible que mates más de cero. —Así que desde ese momento, caminé con normalidad, aunque las patas se me volvieron resbaladizas con tanta hormiga aplastada.

Quizá no es demasiado atrevido sugerir que, fuera de la comunidad real, el cerebro salta a Ceros y Algunos y esto explicaría, al menos en parte, algunos comportamientos que, aunque son de humanos, parecen más propias de hormigas.