El mensaje más importante del libro de Tyler Cowen que comenté el otro día, es que la integración de mercados, el comercio global, es decir, lo que solemos llamar globalización, tiene un efecto homogeneizador en el conjunto de la sociedad, al mismo tiempo que aumenta la diversidad a nivel de las personas. Los individuos sólo pueden ser cada vez más diversos si las sociedades en las que viven se vuelven cada vez más parecidos. Esto puede tener como consecuencia que tribus indígenas dejen de fabricar artesanía porque, de repente, cada uno de los miembros de la tribu tiene muchas más posibilidades para ganarse la vida lo que, a su vez, reduce la oferta de artesanía indígena. Sin embargo, esta aparente paradoja se disipa, si admitimos que negar las nuevas posibilidades a los miembros de la tribu es difícilmente defendible.
La crítica de que la globalización destruye la diversidad se basa en una concepción colectivista de la misma, en pensar que la diversidad es deseable si se da entre sociedades, al modo del multiculturalismo y no dentro de sociedades, a modo de mestizaje. La frase «American culture threatens Parisian hegemony over the provinces» expresa muy bien de lo que se trata.
Es de ahí que surge el planteo de Cowen de si debería importar la cultura nacional, y lo responde definiendo la cultura como «un producto sintético de la interacción voluntaria entre personas libres». La cultura no ha de buscarse, por tanto, ligada a conceptos como el conjunto de las sociedad, la nación, ni ninguna otra >comunidad imaginada, sino donde haya personas libres que interactúan.
Podría parecer que es, entre muchos otros y muy diversos incentivos, la búsqueda de esa noción de cultura que está llevando estos días a tanta gente a Sol pidiendo, entre otros, el «derecho a la cultura». Cabe, por tanto, preguntarse si acaso no saben que para eso no vale pedir al Estado mejores papás. Todos ellos podrían practicar ser personas libres «ya», tienen la suerte de vivir, recordando a Tyler, en una sociedad suficientemente homogénea para que aflore el mar de flores de la diversidad, podrían interactuar voluntariamente y más allá de la agenda pública y, por tanto, podrían crear su propia cultura.