¿Habrá energía de fusión?

La respuesta cotiza en el mercado de oráculos del cual todo indica que es preferible mantenerse a una sana distancia. Lo que sucede es que ya es la segunda entrevista que leo con el director del Culham Centre for Fusion Energy y es la segunda vez que me pega su entusiasmo. Habla como sigue:

«Salvar el planeta es muy bonito. Hacer algo que nadie antes hizo, es atractivo. Pero, en última instancia, esto lo que es, es fascinante. Trabajo en el mejor laboratorio de fusión del mundo donde hacemos, diariamente, física a un nivel increíblemente alto. Cada noche en el tren a casa, prefiero hacer un cálculo más que un sudoku, por ejemplo de cómo se comporta un plasma de 200 millones de grados centígrados en un campo magnético. Cosas como esta son de una importancia crítica para el futuro del mundo pero también son una diversión de la leche.»

No sé si será bueno en conseguir fondos para la investigación (sospecho que malo no es), uno de los determinantes de cuándo será rentable la fusión, pero sus incentivos, en el fondo, están donde tienen que estar en un científico.

¿Debería importar la cultura nacional?

El mensaje más importante del libro de Tyler Cowen que comenté el otro día, es que la integración de mercados, el comercio global, es decir, lo que solemos llamar globalización, tiene un efecto homogeneizador en el conjunto de la sociedad, al mismo tiempo que aumenta la diversidad a nivel de las personas. Los individuos sólo pueden ser cada vez más diversos si las sociedades en las que viven se vuelven cada vez más parecidos. Esto puede tener como consecuencia que tribus indígenas dejen de fabricar artesanía porque, de repente, cada uno de los miembros de la tribu tiene muchas más posibilidades para ganarse la vida lo que, a su vez, reduce la oferta de artesanía indígena. Sin embargo, esta aparente paradoja se disipa, si admitimos que negar las nuevas posibilidades a los miembros de la tribu es difícilmente defendible.

La crítica de que la globalización destruye la diversidad se basa en una concepción colectivista de la misma, en pensar que la diversidad es deseable si se da entre sociedades, al modo del multiculturalismo y no dentro de sociedades, a modo de mestizaje. La frase «American culture threatens Parisian hegemony over the provinces» expresa muy bien de lo que se trata.

Es de ahí que surge el planteo de Cowen de si debería importar la cultura nacional, y lo responde definiendo la cultura como «un producto sintético de la interacción voluntaria entre personas libres». La cultura no ha de buscarse, por tanto, ligada a conceptos como el conjunto de las sociedad, la nación, ni ninguna otra >comunidad imaginada, sino donde haya personas libres que interactúan.

Podría parecer que es, entre muchos otros y muy diversos incentivos, la búsqueda de esa noción de cultura que está llevando estos días a tanta gente a Sol pidiendo, entre otros, el «derecho a la cultura». Cabe, por tanto, preguntarse si acaso no saben que para eso no vale pedir al Estado mejores papás. Todos ellos podrían practicar ser personas libres «ya», tienen la suerte de vivir, recordando a Tyler, en una sociedad suficientemente homogénea para que aflore el mar de flores de la diversidad, podrían interactuar voluntariamente y más allá de la agenda pública y, por tanto, podrían crear su propia cultura.

Destrucción creativa de antiguas identidades todoabarcadoras

En su libro Creative destruction: How Globalization Is Changing the World’s Cultures, Tyler Cowen describe el nacimiento de las redes identitarias transnacionales de la mano del comercio global, con ejemplos que van desde la música hasta la artesanía.

Otro de los ejemplos que trae es el «ethnic revival», el resurgimiento de culturas pequeñas, como las indígenas o las ligadas a idiomas como el galés, el yiddish o el vasco. Si bien pueden parecerse al nacionalismo, en realidad no se trata de un agarramiento a antiguas identidades todoabarcadoras y ligadas al territorio, ni de sus versiones imaginada como el nacionalismo, sino de lo que Cowen llama «narrow ethoses», identidades capaces de convivir con otras en una misma persona, generando pertenencias múltiples. Son identidades que cubren ámbitos selectos y cuidadosamente elegidos de la vida y para ello se alimentan de antiguas identidades ligadas al territorio, no para volver a ellas sino para transformarlas en algo nuevo, haciendo uso de Internet y las redes distribuidas. Un ejemplo cercano podría ser la transformación del elemento emprendedor de la antigua identidad vasca en la identidad representada por la red transnacional de los Basques, la cual forma parte de la identidad múltiple y diversa de muchas personas dispersas por el mundo, no porque su abuelo era vasco sino porque les aporta valor y lo eligen.

Imposible no darse cuenta de que este paseo por el libro de Cowen y la destrucción creativa de antiguas identidades todoabarcadoras —hoy en día seriamente limitadoras— nos lleva a revisitar, una vez más, los conceptos Caparazón y Esqueleto.

Barreras comerciales

«¿No es necesario detener lo que, de otra manera, sería una inundación de productos extranjeros baratos, bajo la cual nuestra industria nacional se ahogaría? No, no lo es. Estados Unidos debería producir bienes y servicios no preguntándose lo que puede producir más barato que China, sino concentrándose en aquello que mejor hace. (…) las barreras comerciales (ya se trate de subvencionar a nuestros agricultores, de normas para la industria textil o de gravámenes sobre los televisores) perjudican tanto a los chinos como a nosotros. No importa si los chinos realmente son mejores que nosotros fabricando cualquier cosa: ellos deberían limitarse a producir todo aquello que su economía produce de una manera más eficiente. Mientras tanto, nosotros, a pesar de que, aparentemente, somos peores en todo, deberíamos limitarnos a producir aquello en lo que somos menos malos.

(…)

Las barreras comerciales siempre provocarán más daños que beneficios, no sólo al país contra el cual se levantan estas barreras, sino también al país que las levanta. No importa si otros países eligen imponerse restricciones a sí mismos, nuestra situación es mejor sin ellas.»

Tim Harford: El economista camuflado

Aversión al riesgo

El viejo George Orwell lo entendió todo al revés.

El Gran Hermano no está mirando. Está cantando y bailando. Está sacando conejos de una chistera. El Gran Hermano está ocupado en reclamar tu atención a cada momento que pasas despierto. En asegurarse de que siempre estés distraído. En asegurarse de que permanezcas abstraído.

En asegurarse de que se te marchite la imaginación. Hasta que sea tan útil como tu apéndice. En asegurarse de que tu atención siempre está ocupada.

Y esta forma de ser alimentado es peor que ser observado. Si el mundo te mantiene siempre ocupado, nadie tiene que preocuparse por lo que tienes en mente. Si la imaginación de todo el mundo está atrofiada, nadie más será nunca una amenaza para el mundo.»

(Chuck Palahniuk: Nana)

El inadecuado y restringido rótulo de «la cultura indígena»

«No hubo una cultura indígena. En realidad, hubieron varias y muy distintas: siempre prestas para responder a los cambios del medio, con nuevos cambios técnicos y culturales. Con habilidad para modificar no solo las herramientas, sino, también los sistemas de vinculación y organización entre sus miembros. Establecieron algunas veces asentamientos permanentes y otras, adoptaron la estrategia de pequeñas bandas de alta maniobrabilidad, gran velocidad de desplazamientos y reducido impacto ambiental»

Ahora que el futuro ha muerto, no deja de alegrarme que el pasado también lo haga. Por otro lado, siento una alegría parecida al recordar aquella frase de Jesús Martín Barbero que decía que «lo que desestabiliza el presente de su conformismo es el pasado».

Rucker, el hacker

En su libro The lifebox, the seashell and the soul, mucho menos esotérico de lo que el título podría sugerir, el matemático, programador y escritor Rudy Rucker da vueltas y vueltas a la idea de que todo en el mundo, desde el crecimiento de un árbol hasta las noticias del día y el humor de una persona, es una computación. Ya en el primer capítulo explica que, el que todo sea una computación y por tanto determinista, no quiere decir que sea predecible o que sea viable para realizarse por computadoras. También dice que solemos pensar que lo determinista es aburrido y, como no queremos ser aburridos, nos gusta pensar que nada tenemos que ver con sistemas computacionales basados en reglas. Pero quizá nos equivocamos. Quizá somos deterministas pero impredecibles.

A los sistemas impredecibles Rucker los llama «gnarly», para en seguida explicar lo que quiere decir con ello: gnarly in the sense of twisting tree roots, large ocean waves, or weathered human faces. Y, si bien empieza su libro con la computación, en los capítulos siguientes se va acercando a la metafísica atravesando los campos de la física, la biología, la psicología, la sociología y la filosofía.

Terminar el libro de Rucker será todo un viaje, que pasará por conocerlo en persona hablando de cómo escribir el código del futuro. O, más bien, de los futuros que vienen. Un viaje prometedor en el cual no pensamos parar de aprender.

Modo de vida

Así que miraba fascinado a esa gente en sus mobes e intentaba concebir cómo era su vida. Miles de años antes, el trabajo de la gente había sido subdividido en empleos rutinarios para organizaciones donde las personas eran piezas intercambiables. Así debía ser; así se organizaba una economía productiva. Pero era fácil detectar una voluntad oculta tras esa situación: no exactamente una voluntad malvada, pero sí una voluntad egoísta. La gente que había conformado ese sistema tenía celos, no del dinero, ni del poder, sino de las tramas. Si sus empleados hubiesen vuelto a casa cada día con historias interesantes que contar, entonces es que algo habría salido mal: habría habido un apagón, una huelga, un asesinato en masa. Los Poderes Fácticos no podían consentir que otros tuviesen tramas propias a menos que fuesen historias falsas inventadas para motivarlos. Las personas que no podían vivir sin una trama habían acabado en los concentos o en trabajos como los de Yul. Los demás tenían que buscar más allá de su trabajo para sentir que formaban parte de una narración, razón por la que se suponía que los seculares estaban tan preocupados por los deportes y la religión. ¿Cómo si no podías sentirte parte de una aventura? De algo con un comienzo, un nudo, un desenlace en el que tuvieras un papel importante. Nosotros los avotos lo teníamos porque formábamos parte del proyecto de aprender cosas nuevas.

Al avanzar en la lectura de Anatema me estoy dando cuenta de que, del mismo modo que las herramientas no son inocentes, el modo de vida tampoco lo es. Si el resultado es vivir una trama propia o no, entonces podríamos decir que tanto las herramientas como el modo de vida son la urdimbre, la infraestructura que puede facilitar vivirla o no. El proyecto de los avotos de Anatema de aprender cosas nuevas requiere de los concentos que le sirven de urdimbre. De forma parecida, acceder al emprendimiento sin barreras de entrada, hoy en día requiere de software libre como infraestructura. Se trata de las bases a partir de las que hacer cosas.

Creo que en esto radica la importancia del modo de vida indiano: en ser la base de convivencia para una trama propia.

Acostumbrarse a estar conmocionado

Para mantener con vida la acumulación existente de ideas se requiere… todo esto.

Con estas palabras, Fra Erasmas se refiere al concento donde vive y, de hecho, no se me ocurre mejor metáfora para lo que es, en realidad, el conocimiento. Normas de coherencia interna, calma y reflexión para la deliberación, interacción sostenida en el tiempo, identidad real y una comunidad que comparte valores y modo de vida. En efecto, se requiere de todo esto para generar conocimiento y poder enfrentarse a los cambios de otra forma. Al mismo tiempo, es, por definición, inevitable que una estructura así sea lo que en el libro se llama semántica, es decir, busque y genere sus propios significados y sentido. Tampoco es casualidad que las comunidades así no sirvan para gobernar, ni para ser gobernados, a base del universalismo y empleando identidades imaginadas.

En el punto en el que me encuentro en la lectura de Anatema de Neal Stephenson, Erasmas ya se había acostumbrado a estar conmocionado lo que, intuyo, le será de gran ayuda en lo que le espera. Y, seguramente, se trate de un estado de ánimo, de un cierto modo de ver las cosas, que también aporta ventajas en la época que vivimos ahora y de ahí en adelante.