Filés: nuestro verdadero tamaño

Muchos discursos y análisis sobre la globalización y la sociedad de la información presentan el mundo como una gran red interconectada. La palabra red, junto a la de comunidad hace tiempo que se convirtieron en el nuevo mantra que lo explica todo. Uno puede hacer un master en sociedad de la información sin enterarse de que lo realmente novedoso de Internet no es su mera forma de red sino la topología concreta de red en la que se basa su estructura y las propiedades sociales que ésta hace emerger. En cuanto a la palabra comunidad, los masteres oficiales del mundo de las comunidades imaginadas simplemente no son el espacio donde reflexionar sobre qué es una comunidad.

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La era del diamante o por qué es preferible no recorrer el camino recto

Islas en la red de Bruce Sterling mostró un mundo globalizado en el que la pregunta ¿por qué seguir trabajando a través de los gobiernos? se hacía inevitable a la vez que representaba una cálida promesa. En La era del diamante conocemos un mundo parecido pero con tecnología más fina, personas y relaciones más complejas y un orden mundial que definitivamente ha dejado de articularse por medio de estados nacionales si bienlo descentralizado no acaba de dejar paso a lo distribuido, la economía sigue basándose en monopolios que aborrecen la competición y la asociación del poder al territorio hace muy difícil «vivir en el riesgo sin necesidad de matar a nadie».

Ha sido curioso observar cómo las ideas que Stephenson materializó en este libro de 1995, conectan con hechos e ideas del 2010. La arrasadora velocidad de cambio social impulsado por China y los pronósticos sobre la nanotecnología que convierte el cuerpo humano en máquina inteligente no pueden más que cobrar nueva luz después de la lectura de La era.

Filés

Considerando tendencias actuales como que los estados nacionales cada vez que corren a apagar un fuego acaban -por el carácter obsoleto de sus herramientas y su lógica interna- subvencionando al pirómano con tal de salir del problema y que la gobernanza global en el sentido de leyes globales no se va a dar o si se da, no valdrá para las empresas transnacionales porque se habrán enfrentado antes a los problemas que aquellas vendrán a legislar, es más que interesante adentrarse en la arquitectura mundial que Stephenson crea en el libro y cuyo elemento esencial es la filé.

La filé de La era se escribe phyle y es una comunidad transnacional de asociación voluntaria y con economía propia que cobra formas diversas dependiendo de los valores que la articulan. Esto en sí, o sea, que los valores conducen a la forma y carácter que adquiere una comunidad (son los medios que determinan los fines y no al revés) constituye una valiosa lección del libro. La phyle que más llegamos a conocer, la de los neovictorianos, próspera y fuerte (la descripción de uno de sus fundadores quien, en su juventud «descubrió que la forma más segura de escandalizar a la mayoría de la gente en esa época era creer que algunos comportamientos eran malos y otros buenos, y que era razonable vivir la vida de esa forma», da pistas sobre los valores de esta phyle), se parece a la Rizome y Kymera de Islas en la red puesto que es un actor económico y político posnacional y de libre asociación, sin embargo es distinto de las anteriores en cuanto que carece de democracia económica; tiene una estructura jerárquica rígida, es propietaria de tecnologías a través de las cuales domina las otras phyles y contribuye a la creación de un mundo en que todo se puede vigilar.

Conocimiento

La fuente de su poder dominante es, a su vez, el punto débil de los neovictorianos. La misma rigidez de su estructura, la protección de su propiedad intelectual y su lógica universalista, o sea, las características que le dan tan enorme poder sobre otros, tendrán como consecuencia el estancamiento del conocimiento y de la innovación que, a la larga, significarán su fin como phyle. Serán ésta y parecidas las contradicciones y ambigüedades que Nell aprenderá a manejar a lo largo de la historia y serán personas con ética hacker que harán, desde dentro del sistema y sin necesidad de derrocarlo antes, que las cosas cambien.

Uno de ellos, cuyo nombre -Hackworth- es la unión del postmoderno hacker y del romántico Wordsworth, programa el Manual ilustrado para jovencitas, una herramienta que lo tiene todo para crear libertad y no dependencia. Si la educación adoctrinadora que reciben los jóvenes neovictorianos («pueden decirte en qué creen pero no por qué lo creen») se parece a la Wikipedia de la etapa un pequeño grupo de bibliotecarios deciden qué es relevante para el resto del mundo), la analogía con el Manual serían las contextopedias de la era distribuida que empoderan a las personas que las crean por medio de la deliberación. El Manual integra, así, los dos ingredientes más importantes de cualquier pedagogía que merezca la pena: la personalización (es capaz de crear contextos dinámicos según las experiencias concretas de las niñas) y las relaciones afectivas y de confianza (la figura de Miranda) para enseñarnos que el conocimiento se genera a través de la interacción, que ésta implica la existencia de una comunidad, y que los contextos dinámicos, con una gran capacidad adaptativa, nacen de comunidades de topología muy distribuida y con una alta interacción entre sus miembros.

La última característica que hace que el Manual cree libertad y no dependencia es que la propia herramienta sea libre, es decir, que no esté protegida mediante derechos de propiedad intelectual más allá de los morales. La historia de Nell nos muestra que de este tipo de libertad dependen vidas, en el plano de la supervivencia individual, y futuros, en el plano del porvenir de la sociedad.

Hackerina

Empoderada mediante el conocimiento, que es exactamente el que necesita primero para sobrevivir y luego para construir, la hackerina Nell no puede ni conformarse con el camino recto y estrecho ni simplemente darle la espalda a lo que le causa sufrimiento. Lo que hará es construir una nueva filé alrededor de los relatos que ha ido creando junto con el Manual.

—Sé, por supuesto, que tengo perspectivas favorables en la phyle atlante. —dijo Nell—, pero creo que no sería adecuado para mí recorrer el camino recto y estrecho. Ahora voy a China a buscar fortuna.

La historia incluye la creación, por parte de grupos cuyo interés es traer bienestar a los oprimidos, de una tecnología llamada seed para combatir el feed, la tecnología dominante controlada por los atlantes. La manera en que se resuelve este hilo de la trama me parece una apuesta en contra del determinismo tecnológico, o sea, que no vale la pena construir nuevas tecnologías (el seed) si el precio es la amputación psicológica (de Nell, que perdería a su madre), por utilizar una expresión que escuché en un documental el otro día. Es decir, si ese es el precio, el resultado no merecerá la pena, toca buscar otros caminos.

La era del diamante me ha abierto el apetito tanto para juegos de rol como para más Stephenson. Me ha dejado con muchas ganas de leer tanto El Ciclo Barroco como Mongoliad.

¡Sean más postmodernos! ¡Agarren el problema con ambas manos!

He llegado a la lectura probablemente más comentada, recordada y recomendada del itinerario: Islas en la red, de Bruce Sterling. Situada en 2023, en un mundo de guerras postmodernas en el que la descomposición pone frenos a una globalización plena, su protagonista Laura Webster, otra de las figuras hacker de Sterling, descubre las estructuras de poder de ese mundo y las distintas respuestas que se dan a los retos que presenta.

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Hablar hoy en día de internacionalización es obsoleto

Acabo de terminar de leer el ensayo de Josu Ugarte, Presidente de Mondragón Internacional, publicado en la Colección Biblioteca de las Indias. La pregunta del título, Cómo salir de la crisis, está hecha desde el punto de vista de la PyME industrial y la respuesta del autor a ella es: transnacionalización. O, en otras palabras, globalización de los pequeños.

El ensayo no sólo inmuniza contra miedos antiglobalistas de dumping social, sino trae argumentos convincentes de que organizar la PyME de modo transnacional, es decir globalizarla, es, en ciertos sectores, lo único que va a permitir mantener y crear empleo en el entorno local. Si quieres tener empleo aquí, has de llevártelo allá.

Para entender el razonamiento de Josu Ugarte, es esencial percatarse de la diferencia que hace entre internacionalización y transnacionalización y ser consciente de su importancia. La empresa que se internacionaliza concibe su sitio en el mundo como el centro, desde el cual exporta o hace, aparte de venta doméstica, venta internacional. La empresa que se ve como transnacional, sabe que ya no hay centro. Esta es la mirada desde la que el autor afirma que «hablar hoy en día de internacionalización es obsoleto». En el párrafo que cierra el libro lo explica con mucha claridad:

Estamos viviendo un cambio de paradigma. No estamos ya en una crisis competitiva que se pueda superar simplemente exportando más. Hemos de iniciar otro camino: instalarnos en los mismos lugares desde los que hoy nos llega una competencia cada vez más potente. Hemos de aprender a considerar aquellos mercados como nuestros con la misma naturalidad y conocimiento con las que hoy hablamos de nuestros clientes tradicionales. Hemos de entender a los trabajadores como parte de un único equipo transnacional. La paradoja es que sólo así volveremos a poder crear empleo en nuestro entorno actual. El riesgo, que no podamos llegar a tiempo. La promesa: liderar una plataforma industrial global que nos permita crecer sin perder bienestar, acompañando el desarrollo de los recién llegados al mercado mundial.

Acompañar el desarrollo de los recién llegados al mercado mundial… no dominar sino habitar el mundo, tratar a los colaboradores como iguales, movernos por nuevos lugares como si fueran nuestra casa. Y para ello, tener casa allí donde producimos y vendemos.

Aparte de su firme apuesta por ese cambio de paradigma -firmeza imprescindible puesto, como dice, la mayoría no es consciente del «tremendo impacto que va a tener la globalización en nuestras vidas a muy corto plazo»-, el libro me tiene seducida porque Josu Ugarte cuenta su propia experiencia en el mercado mundial en términos concretos y ofrece propuestas no menos concretas para ponernos a trabajar.

Islas en la red, en el Iliad

Llevo muchos años leyendo documentos y libros en la pantalla del ordenador. Si eran muy largos y tenía una impresora cerca, me los imprimía para, pasado cierto tiempo, inevitablemente tirarlos.

Ahora, al leer Islas en la red en un lector de libros electrónicos prestado con cariño, ha llegado el momento para reconocer que leer en pantalla cansa los ojos mucho más allá de lo deseable. Y no es esto lo único que queda solucionado con un lector de libros electrónicos. Éste, además, se deja llevar del sofá a la cama y viceversa con toda naturalidad.

Defender la vida y no los principios

Mientas David escribe su nuevo libro sobre la descomposición, me he leído 11M, Redes para ganar una guerra, libro suyo de 2004 sobre el suceso que parecía que iba marcar un antes y un después en la forma de estructurarse la sociedad española.

El 11M es uno de esos episodios de la historia sobre los cuales me resulta difícil pensar sin sobrecogerme. A David, que lo vivió todo de cerca, seguramente el corazón se le encoge mucho más. Por suerte, esto no le impidió hacer un análisis profundo de las causas de los sucesos de aquellos días. Este post no pretende otra cosa que resumir de forma breve lo que he aprendido con esta lectura.

Multiculturalismo y mestizaje es otra de esas parejas de palabras que me voy encontrado en el itinerario y que son sumamente útiles para comprender fenómenos complejos (otras son internacional-transnacional o pluralidad-diversidad): un multiculturalismo que, conforme iban llegando a España más y más inmigrantes a partir de los ochenta, se convertiría en discurso oficial biensonante pero que, visto de cerca, en realidad encubría una impermeabilidad de la sociedad que se volvería en su contra.

La alternativa al multiculturalismo es el mestizaje que coloca la diversidad en el individuo y no en las comunidades y cambia por tanto el signo de la pertenencia. Mientras el espacio multicultural es un espacio social definido por varias comunidades internamente homogéneas a las cuales pertenece con exclusividad el individuo, en el mestizaje la diversidad está en el individuo, no es él el que pertenece a una cultura, sino distintas culturas las que le pertenecen a él en grado diverso y en la forma que finalmente, él y no la norma o la élite intracomunitaria, decide.

La descripción de una sociedad pobremente vertebrada más allá de «cuadrillas» se ajusta bastante a mis propias experiencias del año que pasé en 2000 y 2001 como inmigrante en distintas partes de la Península Ibérica. A la cuadrilla, sin identidad propia más allá del ser de tal localidad o haber ido a tal escuela, no le interesa mezclarse con personas de fuera, preferirá verlas como una gran unidad de ellos. La persona cuya vida social se articula en cuadrillas, las chicas del Este le dan recelo y a los inmigrantes musulmanes los querrá ver bien gestionados (controlados, empaquetados) por su propia «élite intracomunitaria». No era consciente de ello antes de leer el libro pero tampoco me sorprende que, insensible ante la diversidad de los inmigrantes musulmanes, uniendo política de integración con política exterior, el estado español entregara la tutoría del islam en España a la monarquía saudita. El wahabismo, una rama integrista del islam que es religión oficial en Arabia Saudita, representaba así una de las pocas opciones de integración en la sociedad española para aquellos inmigrantes marroquíes quienes se convirtieron en los terroristas islámicos del 11M.

Coincido con Juan Urrutia quien dice en el epílogo que es iluminador cómo el libro identifica a los verdaderos interesados en el terrorismo islámico: los caciques locales y la oligarquía petrolera árabe. Son los que, ante las nuevas oportunidades y libertades que la globalización y las remesas de los inmigrantes abren para una población hasta entonces sumisa, temen perder su poder y sus monopolios. Y son a ellos a los que fortalece Europa al proteger su agricultura, motivado también por el temor ante una pérdida de poder y monopolios. Tanto el terrorismo islámico como el proteccionismo de la PAC son elementos de la descomposición. Y, como tales, se fortalecen recíprocamente.

Al leer las soluciones que David propone uno recuerda la famosa frase de Einstein de que los problemas no se solucionan en el mismo nivel de pensamiento en que fueron creados. Ante los fenómenos de la descomposición y resistencia a la globalización se necesita,no un retroceso, sino más de lo nuevo, más globalización. Si los que se resisten a las libertades individuales que podría traer la globalización se organizan en enredaderas porque la tecnología lo hace posible, no se necesita centralización y control sino,  «hacer florecer enredaderas sanas entre las malas enredaderas»: una sociedad más vertebrada, más abierta, más distribuida. Es este enfoque que lleva a David a afirmar que «los musulmanes no son el enemigo, sino el objetivo a ganar» y que «identificar islam con Al-Qaida es regalar de entrada el objeto de la batalla a nuestro enemigo». Sólo el mestizaje y la globalización de la democracia reticular permitirá, como dice Juan Urrutia en el epílogo, «defender la vida y no los principios».

Porque resulta que, en un mundo en que las tecnologías de comunicación posibilitan el swarming, la defensa de los principios, de los privilegios, del poder establecido, del status quo, de los monopolios… nos hace más frágiles. Y es interesante que tampoco la red de ciudades, de la cual habla Bruce Sterling en la cita que David incluye en el libro, que estudian los sociólogos de la globalización y que anteriormente barajaban también otros para quienes lo pequeño era hermoso, parece ser una estructura realmente adecuada para los nuevos tiempos, dada su fragilidad que puede ser aprovechada por el terrorismo en red. La red de ciudades, para muchos la máxima representación de la globalización, podría no ser más que un paso intermedio hacia una estructura aún más distribuida que Juan Urrutia esboza en el epílogo del libro en los siguientes y sugerentes términos:

La única manera de evitar la fragilidad de las redes es hacerlas igualitarias evitando o eliminando las redes aristocráticas. En estas redes igualitarias los enlaces se distribuyen más o menos igualitariamente entre los nodos y el poder se iguala entre los individuos. He aquí la venganza del feudalismo. Ésta consiste, precisamente, en hacer imposible el deseo moderno de conservar disfrazado el poder feudal mediante la creación de un neofeudalismo tecnológico y desterritorializado que, como feudalismo, da origen a numerosos centros de poder novedosos pero que, como tecnológico, hace imposible el ejercicio excesivo de ese poder para desesperación de los modernos recién llegados que creían poder adueñarse de al menos una parcela del mundo.

«Arriesgar la vida, esa es la cuestión»

En el marco de la asignatura «Conflictología» he preparado una reseña del libro «Conflictología. Curso de resolución de conflictos» de Eduard Vinyamata. Me parece largo para un post. Aun así, me apetece publicarlo puesto que incluye muchas referencias a la Indianopedia y a las lecturas del Itinerario.

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Imprevisible, pequeña, azarosa, diversa, liberadora, resiliente. La enredadera.

Después del día de la fides con sus ramos de perejil como símbolo de la resiliencia y una excursión al monasterio cisterciense de Huerta, los indianos celebran hoy el comienzo de su noveno año. Aprovecho las fotos que hizo María en Huerta para renovar la cabecera de mi blog con una enredadera, metáfora que me parece aún más poderosa después de leer los relatos hermosamente enlazados de Como una enredadera y no como un árbol.

Me voy a dar el gusto de recorrer de nuevo los mitos de la historia de Internet que los ciberpunk elaboraron en 2003 en este libro colaborativo. Y lo haré siguiendo la metáfora de la enredadera que vertebra el libro.

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