Estoy dando vueltas a la idea de predecir el futuro. No soy ni de lejos la única. Predecir el futuro reduce el miedo ante la incertidumbre y es un gran negocio que está empujando la innovación del minado y la analítica de datos. Algo aplicable a una variedad de ámbitos.
Uno de los problemas bastante evidentes de las predicciones es que los datos que se usan para minar, analizar y predecir, son del pasado. Facebook y Google están al frente del aprovechamiento del pasado para personalizar la experiencia del usuario. Les pisan los talones miríadas de nuevas start-ups de analítica. Pero ojo. Esa personalización tiene un efecto secundario que merece ser examinado con cuidado.
En el ámbito de la educación, Ainhoa Ezeiza comentaba el otro día, refiriéndose al pensamiento de Vigotski, una cosa que me interesó.
(…) no se debe pensar que el futuro del alumno es una continuidad de lo que es, aunque es esto lo que presuponen la mayoría de los sistemas de evaluación. Es por eso que no es suficiente diagnosticar lo que los alumnos/as saben ahora, además es imprescindible estudiar qué es capaz de aprender con ayuda adulta/experta. Por lo tanto, la evaluación debe estar orientada al futuro, y no al presente, que es lo habitual. No es importante qué soy, sino qué puedo llegar a ser si me ayudan.
Personalmente me viene una cita de Nietzsche que dice que el futuro influye tanto en el presente que el pasado.
Die Zukunft beeinflusst die Gegenwart genauso wie die Vergangenheit.
Basarnos en el pasado para tomar decisiones es una solución muy muy seductora si estamos acampados a la sombra del Big Data. Pero tiene limitaciones y son serias. Lo comentaba el otro día en un post basándome en un trabajo de Danah Boyd y Kate Crawford.
Hoy me he encontrado con dos situaciones en las que creo que hay riesgo de darle al pasado un papel predominante en la toma de decisiones, con su consiguiente efecto empobrecedor.
- Una es la hipotética situación futura en que una persona que está disfrutando su seguro de desempleo, lo pierda por rechazar por tercera vez una oferta de trabajo «adecuada al perfil del parado» que le ofrezca una ETT. El artículo remarca que hará falta una «definición más precisa de lo que es una oferta de empleo adecuada que no se puede rechazar». Pero yo tengo mis dudas de que esto pueda definirse de manera satisfactoria para las instituciones, sin hacerla depender demasiado del comportamiento de la persona en el pasado. Lo que nos lleva a la situación de estar desincentivando que se interese y aprenda cosas nuevas.
- La otra también es del campo de los recursos humanos: resulta que analizar el perfil de Facebook de una persona informa mejor sobre qué tipo de empleado será, que los tests de inteligencia y personalidad. Indica su apertura a experiencias nuevas (fotos de unas vacaciones en Nueva Zelanda, con excursión a un glaciar), informa sobre su estabilidad emocional (¿tus amigos te envían mensajes de consuelo constantemente?) y su amabilidad (¿discutes a menudo con tu «amigos»?). Es taaan fácil hacer este análisis porque los datos están servidos. De ahí, de nuevo, el riesgo de darle demasiada importancia y contratar a personas por su comportamiento en Facebook en detrimento de conversar con ellos.
Además de Vigotski y Nietzsche, hay evidencias nuevas de que la manera de pensar en nuestro «yo» futuro, influye en decisiones importantes que tomamos en el presente, desde si contratar un seguro de pensiones hasta si realizar o no un acto poco ético.
Tenemos la oportunidad de construir ese «yo» futuro cada uno, cada día, ganándonos unos jeans gastados. El entorno, por supuesto, influye, y mucho, en ello. Creo que cuanto más nos tratan a base del pasado, más difícil será que tengamos una relación vivificante con el futuro y no tengamos que conformarnos con unos jeans que vienen ya gastados de fábrica. No es lo mismo.