La antigua normalidad nos dice que sufrimos una sobredosis de información. En la nueva normalidad esto se convierte en fallo de filtro.
Peter Hinssen argumentando en el World Creativity Forum que estamos a medio camino en la revolución digital.
La antigua normalidad nos dice que sufrimos una sobredosis de información. En la nueva normalidad esto se convierte en fallo de filtro.
Peter Hinssen argumentando en el World Creativity Forum que estamos a medio camino en la revolución digital.
Más movilidad laboral es beneficioso para cualquier economía pero sobre todo es beneficioso para las personas y las organizaciones. Las primeras acceden a nuevos entornos para aprender y trabajar –dos actividades inseparables entre sí– mientras que las organizaciones pueden crear entornos más innovadores y creativos gracias a la incorporación de nuevas ideas y hábitos sociales a su comunidad.
Se sabe desde hace mucho que la regulación restrictiva de las profesiones tiene el mismo efecto sofocante en la movilidad de las personas que la discriminación a base de la nacionalidad.
Así comienza el libro verde sobre la modernización de la directiva europea de las cualificaciones profesionales. Al leerlo, uno tiene la sensación, bastante divertida, de que al moverse por Europa para buscarse la vida, las personas son, por un lado, «enviadas» por su estado de procedencia y, por otro lado, «recibidas» por estados de destino. El objetivo de los mecanismos que incluye esta directiva –la tarjeta profesional europea, los requisitos mínimos para ejercer una profesión, etc.– es crear confianza mutua. Pero como pretende crearlo desde el estado, sus propuestas parecen demasiado desconectadas de la realidad.
La confianza se genera a base de relaciones entre personas y comunidades concretas. Por eso, al llegar a un lugar nuevo, lo primero que uno hace no es ir a ver a las autoridades estatales para que le aseguren que tienen registrada su tarjeta profesional europea sino contacta con las personas y empresas que le pueden ayudar a encontrar trabajo para, a continuación, contarles y demostrarles lo que sabe hacer.
Muchas instituciones que ofrecen oportunidades de prácticas en el extranjero, de las cuales las becas Erasmus y Leonardo da Vinci son las más conocidas, las ofrecen como «plazas». Anuncian, por ejemplo, «30 plazas de prácticas, 10 en Alemania, 10 en Francia y 10 en Polonia». A continuación, abren un proceso de inscripción, seleccionan a los participantes, les compran el pasaje, los envían en avión, les informan sobre su programa para la estancia, los inscriben en cursos de idiomas, los colocan en empresas, los traen de vuelta y les entregan un certificado que dice que «han realizado prácticas en Alemania».
La institución que ofrece la oportunidad Erasmus o Leonardo –un centro educativo, un ayuntamiento, etc.– a veces no sabe cómo gestionarla o no quiere hacerlo, de modo que contrata una empresa especializada que sí la sabe y quiere gestionar. Eso sí, sólo gestiona la parte que corresponde al «envío», como la selección de los participantes y la compra de los pasajes de avión. La otra parte, la de «acogida» la lleva una empresa, también especializada, que está en el lugar de destino y tiene acceso a «empresas de prácticas» y alojamientos.
Estas dos organizaciones, a veces llamadas intermediarias, toman la mayoría de las decisiones importantes: quién será seleccionado como participante, en qué lugar realizará las prácticas, en qué empresa lo hará, cuándo viajará, cómo viajará, qué tareas realizará, cuándo volverá. Intentan, por supuesto, ajustar estas decisiones a las necesidades de los participantes. Si no lo consiguen, no es porque no lo quieran o no se esfuercen, sino porque es muy difícil, si no imposible, personalizar los itinerarios si las posibles empresas de prácticas están limitadas a las que esa organización intermedia conoce. Del mismo modo, los alojamientos están limitados a los que tienen acuerdo con la organización intermedia. Las ciudades de destino, limitadas a las ofertadas dentro del proyecto. Los cursos de idiomas, también limitados.
Este tipo de limitaciones hace 20 años no las habríamos percibido como tales, porque sin la intermediación habría resultado demasiado difícil que nos aceptaran como aprendices en empresas extranjeras. Hace 20 años la intermediación abría oportunidades. Hoy en día, a menudo las limita. En los tiempos de Internet esa limitación, si estamos dispuestos a invertir esfuerzo en descubrir las cosas por nuestra cuenta, podemos considerarla innecesaria y superable.
Por supuesto, la ganancia en comodidad la sigue aportando el modelo de gestión con intermediación. Sin embargo, esta no siempre es mayor que las dos principales pérdidas que a menudo implica.
Según ese modelo de gestionar prácticas Erasmus y Leonardo, el que debería ser el principal interesado en el proceso de aprendizaje según las reglas del mundo en red, es decir, la persona que aprende, apenas toma decisiones y asume responsabilidades. Puesto que el que asume responsabilidades –el que hace las cosas– es el que más aprende, la primera pérdida es en aprendizaje. El participante aprende considerablemente menos de lo que podría aprender si tomara las riendas de la organización de su estancia y de su propio aprendizaje.
Los intereses de la organización a la que la persona pertenece –su centro educativo, su ayuntamiento, etc.– y de la empresa que la acoge en prácticas, supuestamente los otros grandes concernidos del proceso, quedan diluidos puesto que apenas hay relación entre las dos. La pérdida para ellos –la segunda pérdida, ya que lo hemos empezado a enumerar– es en creatividad e innovación organizacional que podrían obtener si fueran los gestores de las relaciones y las interacciones en el proyecto.
A las finales, las que más aprenden y más innovación ganan por el camino, son las organizaciones intermedias que se encargan de gestionar las prácticas Erasmus y Leonardo. Esto no es ninguna sorpresa: el que más cosas hace y más responsabilidad asume, obtiene más beneficios.
Finalmente, hay un tercer motivo por el cual quizá no merece la pena sacrificar la autonomía a cambio de la comodidad. Durante este tipo de estancias en el extranjero, los participantes, si no están de acuerdo con las decisiones sobre su estancia, sienten que lo único que pueden hacer es quejarse y pedir cambios. Y es cierto, es lo único que se puede hacer si renunciamos a ser el dueño y protagonista de nuestro proceso de aprendizaje. Los que son buenos negociadores, conseguirán cambios pero, de nuevo, ¿por qué no tomar las riendas desde el principio? No me digan que es por falta de herramientas y recursos.
Una solución de la organización de las prácticas en el extranjero que esté a la altura del siglo 21, pasa por que las personas y las instituciones asuman las tareas y responsabilidades que conlleva la organización y, a cambio, accedan al mando de control del aprendizaje itinerante. Como resultado, la persona aprenderá muchísimo más mientras que las instituciones ganarán en innovación y creatividad. La inversión económica generalmente será menor y se aprovechará en todo su potencial.
Como complemento del post del otro día sobre qué hace que disfrutemos con el trabajo, he retocado la imagen prestada de evalottchen para dejar sólo la gráfica que muestra el equilibrio entre desafíos y competencias. El resultado de este equilibro es el canal, distinto para cada persona, donde se produce el aprendizaje fluido, el trabajo realizado de buena gana. El canal del hacker.
El mejor modo de aprender algo es el hacer. Por eso, en el ámbito de la publicidad y marketing nos interesa crear experiencias en lugar de transmitir mensajes mientras que en la educación llegaremos más lejos si creamos entornos y contextos para aprender haciendo en lugar de dar clases y cursos.
En los dos ámbitos queremos, además, que la persona disfrute con la experiencia. En caso contrario, sólo estaría dispuesta a embarcarse en ella si la obligamos o por incentivos externos, y hacer algo porque es obligatorio o por motivaciones externas no casa nada con la pasión, la creatividad y la iniciativa, los rasgos que hacen prosperar a las personas en el siglo 21.
Si preguntamos a las personas qué sienten al realizar una actividad productiva que disfrutan, en sus respuestas aparece una y otra vez «el descubrimiento o creación de algo nuevo». Parece que disfrutar de una experiencia tiene que ver con descubrir algo por el camino.
Para mostrar por qué esto tiene sentido, Csikszentmihalyi invita a pensar en lo siguiente:
Imagina que quieres crear un organismo, una vida artificial, que tenga las mejores posibilidades a sobrevivir en un entorno complejo e impredecible, como el de la Tierra. Quieres que el organismo tenga implantados mecanismos que le preparen a enfrentarse al mayor número posible de peligros y aprovechar la mayor cantidad posible de oportunidades. ¿Cómo lo harías? Probablemente querrás diseñar un organismo que sea básicamente conservador, que aprenda las mejores soluciones del pasado y las siga repitiendo ahorrando así energía.
Pero la mejor solución también incluiría un sistema que daría al organismo un refuerzo positivo cada vez que se le ocurre una idea nueva o comportamiento nuevo, aunque éstos no sean inmediatamente útiles. De hecho, sería importante que el refuerzo positivo no se dispare sólo por los descubrimientos útiles porque es sencillamente imposible predecir las situaciones que el organismo puede encontrar mañana, el año que viene o la próxima década. De modo que el mejor programa es aquel que hace que el organismo se siente bien cada vez que descubre algo nuevo, independientemente de su utilidad en el presente. Y esto es lo que parece que pasó con la especie humana a lo largo de la evolución.
Me parece que ese mecanismo del refuerzo positivo resulta especialmente útil en los tiempos actuales. ¿Por qué no aprovecharlo de manera consciente? Aprovecharlo especialmente en el ámbito del aprendizaje a lo largo de la vida, al diseñar espacios, entornos y contextos en los cuales disfrutar realizando las actividades creativas propias del mundo en red y de las economías del conocimiento y colaboración. Serán los entornos que desplazarán las actuales escuelas y los actuales lugares de trabajo.
Para ello, es interesante seguir aprendiendo de Csikszentmihalyi (cuyo apellido puede que hasta aprendamos a pronunciar al final) y conocer los detalles de ese estado que él ha llamado fluir (flow) en que experimentamos placer, bastante parecido al placer instintivo relacionado con la comida, el sexo y la conquista, pero aplicado a actividades creativas.
Hernando de Soto recuerda en un comentario en FT que fue el deseo de libre mercado, el deseo de poder trabajar en una economía de mercado, lo que desencadenó las revoluciones en el mundo árabe. El frutero que se quemó a sí mismo en un mercado fue, como el 50% de los trabajadores del mundo árabe, un emprendedor al margen de la legalidad que quería tener propiedad y a hacer negocios sin que le fastidien las autoridades corruptas. De Soto cuenta, entre otros, que conseguir esto le habría llevado 55 pasos administrativos durante año y medio por un coste equivalente a 24 meses de sus ingresos.
Después de argumentar que el sistema educativo no se puede reformar desde dentro, comparándolo a los dinosaurios abocados a extinguirse, Peter Grey describe su visión de una reforma educativa real. Va como sigue.
La tendencia de rechazar el sistema educativo convencional seguirá y se acelerará. Se acelerará porque con cada nueva persona que deja el sistema convencional, la decisión de hacer lo mismo parecerá menos rara para el resto. Somos criaturas de la conformidad, al menos la mayoría lo somos. Pocos nos atrevemos a comportarnos de un modo que le parezca anormal al resto. Pero conforme más y más personas dan la espalda al sistema, llegaremos al punto en que todo el mundo conocerá a una o más familias que han hecho esa elección, en que todo el mundo podrá ver que esa elección tiene como resultado niños más felices y sin perder oportunidades de prosperar en la vida cuando crezcan. Poco a poco, las personas cambiarán su actitud. «No es necesario pasar por el sistema educativo convencional. Puedes jugar, explorar, disfrutar de tu infancia y aprender por el camino.»
Las personas empezarán a comprender que tienen elección. ¿Qué elegirán, la escuela convencional donde se les dice lo que tienen que hacer, o la libertad? Qué han elegido siempre cuando comprenden que pueden elegir entre la libertad y la dictadura?
En algún momento de este proceso, se alcanzará un punto de inflexión. El número de personas que eligen la libertad para sus hijos será tan grande que ya no habrá suficiente demanda para la escuela convencional. En su lugar, surgirá demanda para parques seguros, talleres de aprendizaje, buenas bibliotecas, escuelas tipo Sudbury donde los niños puedes estar sin sus padres jugando y explorando, y otros centros de aprendizaje públicos que ofrecerán oportunidades valiosas para aprender sin que sea obligatorio. Costarán mucho menos que nuestras escuelas publicas. Es muy caro obligar a niños a estar en escuelas, por la misma razón por la que lo es guardar presos en prisiones.
Si lo piensan, lo cierto es que hacer algo porque es obligatorio no casa nada con la pasión, la creatividad y la iniciativa, los rasgos que hacen prosperar a las personas en el siglo 21.
Pensar como un nodo de una red en lugar de un puesto en una jerarquía es el primer cambio mental hacia una empresa colaborativa. Cultivar la creatividad se ha convertido en una responsabilidad directiva. Los rasgos del trabajador industrial eran el intelecto, la diligencia y la obediencia. Los nuevos rasgos del trabajador colaborativo son la pasión, la creatividad y la iniciativa. Estos no son convertibles en mercancía. No es posible ser creativo a demanda. La empresa colaborativa requiere de jerarquías más flojas y redes más fuertes. (Harold Jarche)
En la empresa del siglo XXI no hay puestos de trabajo, no hay plazas. Esto va de comprender las redes, apoyar las redes, fortalecer las redes y modelar el aprendizaje en red.
Creo que el fenómeno de Khan Academy se entiende mejor si somos conscientes del lugar que ocupa en el proceso de aprendizaje. Sus vídeos y ejercicios están, principalmente, entre ese 10% del aprendizaje que se produce en entornos formales, como clases y cursos.
En este sentido, entiendo que suscite cierto escepticismo entre los educadores que también cubren ese 10% puesto que supone una competencia para ellos. El miedo de verse sustituidos por los vídeos estaría, entonces, relacionado con la inseguridad de no saber si pueden ofrecer algo más allá de explicaciones lineales. Los que sí saben ofrecer algo más, rápidamente vieron la oportunidad de liberar el tiempo de contacto de las explicaciones frontales y dedicarlo a trabajar alrededor de problemas. Estudiando con los vídeos en casa, como deberes, y aprovechando el tiempo en la escuela para interactuar.
Es ese tiempo liberado que se puede dedicar a la interacción y el aprendizaje basado en proyectos que es capaz de llegar más allá del 10%, haciendo que el aprendizaje formal ofrezca más que antes. De ese modo, se podría afirmar que se ha conseguido una mejora incorporando la tecnología a la educación, aunque esa mejora haya ocurrido por la vía oblicua y no la directa.
La visión de Khan Academy es crear «una gran clase global» (one global classroom). Si creara una sola clase para todos, sería empobrecedor. Pero si lo pensamos en términos de la destrucción creativa propia de la globalización, es decir, en aumentar la homogeneidad para construir sobre ella más diversidad, el balance será positivo. Y si el aumento de la homogeneidad es a través de buenas explicaciones lineales accesibles a más personas, la diversidad lo es a través de tutores capaces de crear experiencias: siendo ejemplos para los alumnos y ofreciéndoles contextos en los que aprender haciendo cosas y resolviendo problemas.
Y pienso que quienes se desesperan por una televisión decente están perdiendo el tiempo cuando se pueden personalizar pero que muy bien lo que desean ver. Este es el momento en que alguien siempre dice que a todos nos gusta tirarnos en el sofá y hacer zapping porque no se quiere pensar y se descubre y tal y tal… pero entonces no vale quejarse: se renuncia a pensar con lo que no vale quejarse de lo que hay.
Gonzalo Martín sobre ver la tele y financiar nuevas produccciones de una manera proactiva.