Paradoja cotidiana

Leo hoy en el block de notas de Isabel esta cita:

La mayoría de las veces el interés nos visita cuando ya estamos inmersos en una actividad. Las cosas que nos gustan hemos descubierto que nos gustaban mientras las hacíamos, no antes de hacerlas.

Ayer me apunté, en relación con atreverse a hacer cosas nuevas:

Con las cosas nuevas, a menudo ocurre que hasta no saber que podemos hacerlas, no nos lanzaremos, y hasta que no nos lancemos, no sabremos que las podemos hacer.

Que, a su vez, estaba basada en una cita de «1984» de Orwell.

Para resolver la paradoja, el autor de la primera cita propone que los niños tengan «derecho a aburrirse» y «derecho a experimentar frustración». Mi propuesta, pensando en adultos, era buscar buenos maestros que ayuden a lanzarnos y disfrutar del camino aunque no sepamos con exactitud hacia dónde vamos.

¿Qué hace que disfrutemos aprendiendo y trabajando?

El mejor modo de aprender algo es el hacer. Por eso, en el ámbito de la publicidad y marketing nos interesa crear experiencias en lugar de transmitir mensajes mientras que en la educación llegaremos más lejos si creamos entornos y contextos para aprender haciendo en lugar de dar clases y cursos.

En los dos ámbitos queremos, además, que la persona disfrute con la experiencia. En caso contrario, sólo estaría dispuesta a embarcarse en ella si la obligamos o por incentivos externos, y hacer algo porque es obligatorio o por motivaciones externas no casa nada con la pasión, la creatividad y la iniciativa, los rasgos que hacen prosperar a las personas en el siglo 21.

Si preguntamos a las personas qué sienten al realizar una actividad productiva que disfrutan, en sus respuestas aparece una y otra vez «el descubrimiento o creación de algo nuevo». Parece que disfrutar de una experiencia tiene que ver con descubrir algo por el camino.

Para mostrar por qué esto tiene sentido, Csikszentmihalyi invita a pensar en lo siguiente:

Imagina que quieres crear un organismo, una vida artificial, que tenga las mejores posibilidades a sobrevivir en un entorno complejo e impredecible, como el de la Tierra. Quieres que el organismo tenga implantados mecanismos que le preparen a enfrentarse al mayor número posible de peligros y aprovechar la mayor cantidad posible de oportunidades. ¿Cómo lo harías? Probablemente querrás diseñar un organismo que sea básicamente conservador, que aprenda las mejores soluciones del pasado y las siga repitiendo ahorrando así energía.

Pero la mejor solución también incluiría un sistema que daría al organismo un refuerzo positivo cada vez que se le ocurre una idea nueva o comportamiento nuevo, aunque éstos no sean inmediatamente útiles. De hecho, sería importante que el refuerzo positivo no se dispare sólo por los descubrimientos útiles porque es sencillamente imposible predecir las situaciones que el organismo puede encontrar mañana, el año que viene o la próxima década. De modo que el mejor programa es aquel que hace que el organismo se siente bien cada vez que descubre algo nuevo, independientemente de su utilidad en el presente. Y esto es lo que parece que pasó con la especie humana a lo largo de la evolución.

Me parece que ese mecanismo del refuerzo positivo resulta especialmente útil en los tiempos actuales. ¿Por qué no aprovecharlo de manera consciente? Aprovecharlo especialmente en el ámbito del aprendizaje a lo largo de la vida, al diseñar espacios, entornos y contextos en los cuales disfrutar realizando las actividades creativas propias del mundo en red y de las economías del conocimiento y colaboración. Serán los entornos que desplazarán las actuales escuelas y los actuales lugares de trabajo.

Para ello, es interesante seguir aprendiendo de Csikszentmihalyi (cuyo apellido puede que hasta aprendamos a pronunciar al final) y conocer los detalles de ese estado que él ha llamado fluir (flow) en que experimentamos placer, bastante parecido al placer instintivo relacionado con la comida, el sexo y la conquista, pero aplicado a actividades creativas.

  1. Objetivos claros en cada paso. Frente a las necesidades contradictorias del día a día y la sensación de falta de sentido de lo que hacemos, cuando disfrutamos aprendiendo sabemos en todo momento qué tenemos que hacer y qué sentido tiene lo que hacemos.
  2. Feedback inmediato. Sabemos acto seguido si lo estamos haciendo bien o no. Se trata de una especie de autofeedback que damos a nosotros mismos. Lo podemos hacer porque tenemos interiorizadas las reglas del juego.
  3. Equilibrio entre desafíos y capacidades. Es común sentirse frustrado porque las tareas nos vienen grandes o sentirse aburrido porque no podemos hacer uso de lo que sabemos. El fluir se caracteriza por la harmonía entre lo que sabemos y lo que el entrono nos permite hacer.
  4. Atención está centrada en la actividad. El resultado de los puntos anteriores es un entorno idóneo para centrar la atención únicamente en lo que hacemos sin que nada nos pueda distraer.
  5. No hay miedo al fracaso. Con la atención centrada en una única cosa, estamos demasiado ocupados para pensar en un posible fracaso. Nos sentimos seguros.
  6. Olvidarse de sí mismo. Mientras que en el día a día nos preocupamos por lo que otros pueden pensar de nosotros, cuando disfrutamos aprendiendo, nos olvidamos del ego.
  7. El tiempo desaparece. Las horas pueden parecer minutos o al revés: los minutos horas. En cualquier caso, nuestra percepción del tiempo está alterado.
  8. La actividad merece la pena por sí misma. Este punto no podría expresarlo mejor que Ángela Dini: «a veces me pagan por diseñar, pero lo que no saben es que lo haría de buena gana gratis».

¿Qué sucede cuando disfrutamos con el trabajo?