Es conocido que al menos el 70% de lo que las personas aprenden lo aprenden mediante la experiencia y la resolución de problemas en el día a día. Certificar este tipo de aprendizaje por parte del estado tiene sentido aunque cada vez será más importante la certificación realizada por el contexto: los pares que ya cuentan con reconocimiento y la comunidad formada por estos.
Ahora que los gestores de la FP se ponen a certificar competencias que las personas construyeron trabajando, se presenta una bonita ocasión para una investigación cualitativa sobre desarrollo de competencias. El proceso de certificación se podría aprovechar para recoger experiencias y testimonios sobre itinerarios profesionales tan reales e informales como la vida misma. Bien organizada, analizada y visualizada, esta información sería un valioso recurso para la orientación profesional, generando así un bucle de retroalimentación entre la realidad de los oficios, los futuros profesionales y sus tutores.