Empire

Este año he retomado la buena costumbre de leer libros de historia. Lo he hecho con un libro de Niall Ferguson que lleva conmigo desde antes de venirme a vivir de Madrid a Málaga.

Y con dos citas traídas del epílogo del mismo rompo el silencio en el que este blog lleva sumido desde hace más de dos años.

A country’s economic fortunes are determined by a combination of natural endowments (geography, broadly speaking) and human action (history, for short). This is economic history’s version of the nature-nurture debate. While a persuasive case can be made for the importance of such given’ factors as the mean temperature, humidity, the prevalence of disease, soil quality, proximity to the sea, latitude and mineral resources in determining economic performance, there seems strong evidence that history too plays a crucial part. In particular, there is good evidence that the imposition of British-style institutions has tended to enhance a country’s economic prospects, particularly in those settings where indigenous cultures were relatively weak because of thin (or thinned) population, allowing British institutions to dominate with little dilution. Where the British, like the Spaniards, conquered already sophistcated, urbanized societies, the effects of colonization were more commonly negative, as the colonizers were tempted to engage in plunder rather than to build their own institutions. Indeed, this is perhaps the best available explanation of that great divergence which reduced India and China from being quite probably the world’s most advanced economies in the sixteenth century to relative poverty by the early twentieth. It also explains why it was that Britain was able to overhaul her Iberian rivals: precisely because, as a latecomer to the imperial race, she had to settle for colonizing the unpromising wastelands of Virginia and New England, rather than the eminently lootable cities of Mexico and Peru.

¿Pero qué instituciones británicas fomentaban el desarrollo?

The economic historian David Landes drew up a list of measures which the ideal growth-and-development’ government would adopt. Such a government, he suggests, would

(1) secure rights of private property, the better to encourage saving and investment;

(2) secure rights of personal liberty… against both the abuses of tyranny and… crime and corruption;

(3) enforce rights of contract;

(4) provide stable government : governed by publicly known rules;

(5) provide responsive government;

(6) provide honest government… [with] no rents to favour and position;

(7) provide moderate, efficient, ungreedy government… to hold taxes down (and) reduce the government’s claim on the social surplus.

The striking thing about this list is how many of its points correspond to what British Indian and Colonial officials in the nineteenth and twentieth century believed they were doing. The sole, obvious exceptions are points 2 and 5. Yet the British argument for postponing (sometimes indefinitely) the transfer to democracy was that many of their colonies were not yet ready for it; indeed, the classic and not wholly disingenuous twentieth-century line from the Colonial Office was that Britain’s role was precisely to get them ready.

Nuevos hábitos en la compra de libros

Antes, cuando compraba libros en papel, lo hacía casi siempre en la Casa del Libro o la FNAC. Luego me hice con un lector de libro electrónico y dejé de comprar libros en papel. Por completo. Hace poco, sin embargo, me encontré pagando un libro en papel por segunda vez en el transcurso de pocas semanas. Era el «Manual de tipografía» de John Kane. Libro que, por cierto, tiene una web asociada con ejercicios.

Portada del libro «Manual de tipografía» de John Kane

Lo iba a pedir por correo en la web de la editorial (Editorial Gustavo Gili) pero durante el proceso de compra me desconcertó que el IVA (4% en el caso de los libros en papel) se calculara tras añadir los gastos de envío. Es un importe muy pequeño pero, quizá porque me parecía injusto pagar ese IVA también por los gastos de envío, quizá porque transmitía un proceso de compra diseñado con poco cuidado al detalle, abandoné. Encargué el libro en Tipos Infames, una librería en nuestra calle al que vamos a menudo para reunirnos con clientes y colaboradores. En una de nuestras últimas reuniones, al pagar los cafés me avisaron de que el libro ya estaba. Y me ahorré los gastos de envío por completo.

Pero es que unas semanas antes ya me había comprado otro libro en esa librería. «Despacio» de Remedios Zafra, un libro entretenido sobre distintas formas de afrontar el cambio/crisis actual.

Portada de «Despacio», de Remedios Zafra

Esta vez, la compra fue espontánea. Acabé en la presentación de este libro un poco por casualidad y, tras escuchar las charlas, y ya que estaba, me compré el libro. Creo que también tuvieron que ver con esta compra, para ser fiel a lo acontecido, los buenos vinos que sirven en Tipos Infames en las presentaciones de libros.

No sé si seguiré comprando libros a este ritmo y acabaré volviendo parcialmente a la lectura de libros en papel (del primer libro, por ejemplo, me molesta el papel con brillo y su peso considerable). Me ha interesado comentarlo porque estas dos compras han sido prolongaciones de otras cosas que hacía en la librería y en este sentido, son una pequeña demostración de que el modelo de no ser sólo librería funciona.