Creo que el fenómeno de Khan Academy se entiende mejor si somos conscientes del lugar que ocupa en el proceso de aprendizaje. Sus vídeos y ejercicios están, principalmente, entre ese 10% del aprendizaje que se produce en entornos formales, como clases y cursos.
En este sentido, entiendo que suscite cierto escepticismo entre los educadores que también cubren ese 10% puesto que supone una competencia para ellos. El miedo de verse sustituidos por los vídeos estaría, entonces, relacionado con la inseguridad de no saber si pueden ofrecer algo más allá de explicaciones lineales. Los que sí saben ofrecer algo más, rápidamente vieron la oportunidad de liberar el tiempo de contacto de las explicaciones frontales y dedicarlo a trabajar alrededor de problemas. Estudiando con los vídeos en casa, como deberes, y aprovechando el tiempo en la escuela para interactuar.
Es ese tiempo liberado que se puede dedicar a la interacción y el aprendizaje basado en proyectos que es capaz de llegar más allá del 10%, haciendo que el aprendizaje formal ofrezca más que antes. De ese modo, se podría afirmar que se ha conseguido una mejora incorporando la tecnología a la educación, aunque esa mejora haya ocurrido por la vía oblicua y no la directa.
La visión de Khan Academy es crear «una gran clase global» (one global classroom). Si creara una sola clase para todos, sería empobrecedor. Pero si lo pensamos en términos de la destrucción creativa propia de la globalización, es decir, en aumentar la homogeneidad para construir sobre ella más diversidad, el balance será positivo. Y si el aumento de la homogeneidad es a través de buenas explicaciones lineales accesibles a más personas, la diversidad lo es a través de tutores capaces de crear experiencias: siendo ejemplos para los alumnos y ofreciéndoles contextos en los que aprender haciendo cosas y resolviendo problemas.
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