Muchas instituciones que ofrecen oportunidades de prácticas en el extranjero, de las cuales las becas Erasmus y Leonardo da Vinci son las más conocidas, las ofrecen como «plazas». Anuncian, por ejemplo, «30 plazas de prácticas, 10 en Alemania, 10 en Francia y 10 en Polonia». A continuación, abren un proceso de inscripción, seleccionan a los participantes, les compran el pasaje, los envían en avión, les informan sobre su programa para la estancia, los inscriben en cursos de idiomas, los colocan en empresas, los traen de vuelta y les entregan un certificado que dice que «han realizado prácticas en Alemania».
La institución que ofrece la oportunidad Erasmus o Leonardo –un centro educativo, un ayuntamiento, etc.– a veces no sabe cómo gestionarla o no quiere hacerlo, de modo que contrata una empresa especializada que sí la sabe y quiere gestionar. Eso sí, sólo gestiona la parte que corresponde al «envío», como la selección de los participantes y la compra de los pasajes de avión. La otra parte, la de «acogida» la lleva una empresa, también especializada, que está en el lugar de destino y tiene acceso a «empresas de prácticas» y alojamientos.
Estas dos organizaciones, a veces llamadas intermediarias, toman la mayoría de las decisiones importantes: quién será seleccionado como participante, en qué lugar realizará las prácticas, en qué empresa lo hará, cuándo viajará, cómo viajará, qué tareas realizará, cuándo volverá. Intentan, por supuesto, ajustar estas decisiones a las necesidades de los participantes. Si no lo consiguen, no es porque no lo quieran o no se esfuercen, sino porque es muy difícil, si no imposible, personalizar los itinerarios si las posibles empresas de prácticas están limitadas a las que esa organización intermedia conoce. Del mismo modo, los alojamientos están limitados a los que tienen acuerdo con la organización intermedia. Las ciudades de destino, limitadas a las ofertadas dentro del proyecto. Los cursos de idiomas, también limitados.
Este tipo de limitaciones hace 20 años no las habríamos percibido como tales, porque sin la intermediación habría resultado demasiado difícil que nos aceptaran como aprendices en empresas extranjeras. Hace 20 años la intermediación abría oportunidades. Hoy en día, a menudo las limita. En los tiempos de Internet esa limitación, si estamos dispuestos a invertir esfuerzo en descubrir las cosas por nuestra cuenta, podemos considerarla innecesaria y superable.
Por supuesto, la ganancia en comodidad la sigue aportando el modelo de gestión con intermediación. Sin embargo, esta no siempre es mayor que las dos principales pérdidas que a menudo implica.
Según ese modelo de gestionar prácticas Erasmus y Leonardo, el que debería ser el principal interesado en el proceso de aprendizaje según las reglas del mundo en red, es decir, la persona que aprende, apenas toma decisiones y asume responsabilidades. Puesto que el que asume responsabilidades –el que hace las cosas– es el que más aprende, la primera pérdida es en aprendizaje. El participante aprende considerablemente menos de lo que podría aprender si tomara las riendas de la organización de su estancia y de su propio aprendizaje.
Los intereses de la organización a la que la persona pertenece –su centro educativo, su ayuntamiento, etc.– y de la empresa que la acoge en prácticas, supuestamente los otros grandes concernidos del proceso, quedan diluidos puesto que apenas hay relación entre las dos. La pérdida para ellos –la segunda pérdida, ya que lo hemos empezado a enumerar– es en creatividad e innovación organizacional que podrían obtener si fueran los gestores de las relaciones y las interacciones en el proyecto.
A las finales, las que más aprenden y más innovación ganan por el camino, son las organizaciones intermedias que se encargan de gestionar las prácticas Erasmus y Leonardo. Esto no es ninguna sorpresa: el que más cosas hace y más responsabilidad asume, obtiene más beneficios.
Finalmente, hay un tercer motivo por el cual quizá no merece la pena sacrificar la autonomía a cambio de la comodidad. Durante este tipo de estancias en el extranjero, los participantes, si no están de acuerdo con las decisiones sobre su estancia, sienten que lo único que pueden hacer es quejarse y pedir cambios. Y es cierto, es lo único que se puede hacer si renunciamos a ser el dueño y protagonista de nuestro proceso de aprendizaje. Los que son buenos negociadores, conseguirán cambios pero, de nuevo, ¿por qué no tomar las riendas desde el principio? No me digan que es por falta de herramientas y recursos.
Una solución de la organización de las prácticas en el extranjero que esté a la altura del siglo 21, pasa por que las personas y las instituciones asuman las tareas y responsabilidades que conlleva la organización y, a cambio, accedan al mando de control del aprendizaje itinerante. Como resultado, la persona aprenderá muchísimo más mientras que las instituciones ganarán en innovación y creatividad. La inversión económica generalmente será menor y se aprovechará en todo su potencial.