Makers, de Cory Doctorow

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AVISO: Este post contiene spoilers.

Cory Doctorow publicó Makers en 2009, justo después de Little Brother. Si en éste exploraba la relación entre personas y estado, en Makers indaga en profundidad en la relación entre personas y corporaciones.

Situado en Estados Unidos en un futuro cercano que aun recuerda la crisis de la industria del automóvil y la burbuja puntocom, el libro comienza con el anuncio de la fusión de Kodak y Duracell. La nueva compañía, Kodacell, apuesta por poner en marcha miles de pequeñas start-ups en las que hackers, apoyados por gestores profesionales, idean, fabrican y comercializan productos destinados, entre otros, a la llamada base de la pirámide, es decir, a los millones que ya no pertenecen o nunca han pertenecido a la clase media, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Por ejemplo, hacen roommateware, es decir, productos que solucionan los problemas surgidos del coliving, de vivir en pisos compartidos a los 30-40-50 años porque la economía a menudo no alcanza para un piso o alquiler propio.

Doctorow describe así una época dorada de la economía P2P y el consumo colaborativo, financiados por corporaciones –pues otras empresas copian el nuevo modelo de negocio de Kodacell– en busca de nuevos mercados. El movimiento recibe el nombre de New Work. En palabras de Jonathan H. Liu en Wired, el New Work es «como financiar todos los proyectos de Kickstarter a la vez».

Entre los protagonistas encontramos a Perry Gibbons y Lester Banks, dos amigos hackers, a Landon Kettlewell, CEO de Kodacell, a Tjan Lee, gestor profesional y a Susanne Church, periodista convertida en blogger. Un mix que asegura tensiones interesantes tanto al estilo makers vs. managers, como del tipo de tensión sexual no resuelta, a lo largo de todo el libro.

El New Work, sin embargo, se desintegra al final de la primera parte del libro, en un giro inesperado y, como apunta Alberto Cottica en su revisión de Makers, poco realista desde el punto de vista económico.

La segunda parte del libro se desarrolla unos 10 años después. A los protagonistas de la primera parte –con los dos hackers llevando una atracción turística de fuente abierta que muestra los productos desarrollados durante el New Work— se suman otros nuevos, con Disney ocupando el rol de la corporación. Sorprenden, porque rompen el tono al que acostumbra la primera parte, una escena de violencia física y otra de sexo, ambos descritos de forma muy explícita.

Esta parte del libro captura la atención no tanto por las invenciones tecnológicas y los nuevos modelos de negocio que el autor presenta de forma trepidante a lo largo de toda la primera parte, como por el relato que hace de las relaciones entre los personajes. Un personaje sugerente de esta parte del libro es por ejemplo Death Waits, un chaval gótico que tras trabajar en Disney Parks se pasa al lado de los hackers, entretanto demandados por Disney por la violación de su propiedad intelectual.

Las últimas 20 páginas constituyen un epílogo al que llegamos tras otro lapso de 10-15 años. De esa forma el libro termina mostrando la evolución de los protagonistas a lo largo de más de 20 años. Esto me parece un valor.

Ultimately, it’s an optimistic view of the future of our society, even with all its failings and collapses.

La apreciación del antes citado crítico de Wired de que estamos ante una visión optimista del futuro me parece un tanto wishful thinking. Mire por donde lo mire, la historia termina en un tono pesimista que ronda la distopía. Personalmente, me resultó inquietante. Por realista, pues muchas de las cosas descritas en el libro las estamos viendo y viviendo.

It’s like an emergent property. Once you get a lot of people under one roof, the emergent property seems to be crap. No matter how great the people are, no matter how wonderful their individual ideas are, the net effect is shit.

Reconozco que el libro, en concreto la segunda parte y el desenlace, me ha sacado de mi zona de confort más de una vez y ha conseguido despertar mi lado más conservador, que desea que los cambios que estamos viviendo no sean tan rápido y de tanto alcance.

PD 1: Me sorprendió no encontrar, en pleno auge del discurso P2P, reseñas del libro en español. Quizá se debe a que sólo está disponible en inglés. Los constantes términos tecnológicos y el uso del un slang inventado, del futuro, son ciertamente un reto para el lector no nativo. Aunque, hay que reconocer, algunos de estos términos inventados, como fatkins o roommateware, dan en el clavo.

PD 2: Para aquellos interesados a leer el libro en inglés, está disponible gratis en diferentes formatos electrónicos y sin DRM.

El mundo relatado en Little Brother, un poco más cerca

Little Brother, ilustración de Richard Wilkinson

Si han leído Little Brother de Cory Doctorow, recordarán el instituto del protagonista, Marcus: seguimiento constante vía árfidos, vigilancia permanente mediante cámaras y control continuo del uso del ordenador (el Schoolbook) a través de hardware capado y software monitorizado. Ese es el mundo que tendremos un poco más cerca con las aulas equipadas con cámaras panorámicas cuya financiación, al parecer, debatían los filántropos Mark Zuckerberg y Bill Gates por mail en 2010.

El argumento a favor de los vídeos es el desarrollo profesional de los profesores. Y es cierto que la autoobservación y la autoreflexión sirven, y mucho, para mejorar el propio desempeño. Pero sólo si la propiedad de los datos y del proceso es de la persona que quiere mejorar y desarrollarse. En este caso, a todas luces, estamos lejos de esto, en una época en que tocaría alejarse del concepto aula en lugar de convertirla en fortaleza vigilada.