Una de las características ampliamente reconocidas y comentadas del actual entorno socioeconómico —la sociedad red— es el cambio perpetuo. La capacidad de adaptación al cambio de las personas y las organizaciones se está convirtiendo en lo primero que hemos de aprender si queremos tener la posibilidad de, luego, seguir aprendiendo aun más cosas. Puesto en términos de la evolución, si queremos sobrevivir.
La importancia de la colaboración como estrategia en ese proceso de adaptación se está estudiando desde una diversidad de ámbitos. Hace poco, en uno de los capítulos de Brain Rules, me encontré con una mirada al tema desde la paleoantropología.
La hipótesis es que grupos de humanos empezaron a migrar desde África hace unos 100.000 años (por cierto, no hace tanto) como resultado de los cambios continuos en el clima. Esos cambios eran perceptibles en el transcurso de pocas generaciones o incluso en la vida de la misma persona. Es decir, sucedieron a un ritmo ni demasiado rápido (que habría sido mortal) ni demasiado lento (igualmente mortal pero a modo de la rana en la olla).
Ante cambios que obligaron a hombres nacidos bajo el sol de la sabana a criar a sus descendientes entre la nieve, la estrategia ganadora fue, en lugar de adaptarse a un hábitat determinado, moverse y adaptarse a una gran variedad de hábitats. A modo de «venga lo que venga, nos pillará preparados». Es lo que el paleoantropólogo Richard Potts llamó selección a base de variabilidad y que podemos considerar una aportación a la teoría de la evolución.
Inconsistency in selection eventually caused habitat-specific adaptations to be replaced by structures and behaviors responsive to complex environmental change.
Según cuenta el autor de Brain Rules, de la mano de esta aceptación de la inestabilidad y adaptación al cambio mismo, vino el desarrollo del razonamiento simbólico y, en general, de nuevos niveles de cognición. Sería esto que permitiría que los humanos adivinasen e influyesen en lo que pensaba y sentía el otro y, como resultado, colaborasen en la consecución de proyectos que uno solo no era capaz de realizar.
A partir de ese momento, toda la historia de la especie humana puede verse como una historia de las distintas maneras de colaborar de los humanos, con distintos resultados.
Cuento esto porque la analogía con los tiempos actuales es evidente y da para una bonita metáfora. De nuevo se perciben cambios en el entorno que requieren adaptarse a algo que no se puede predecir. La estrategia con más sentido es adaptarse al cambio mismo. Y esta adaptación pasa, de nuevo, por el aumento de la capacidad de comunicación, colaboración y generación de conocimiento. Estamos, de nuevo, en tiempos de migración y movimiento intensivos.
Buen post Bianka, y preciosa metáfora! Me gustó tanto que la agregué al header de mi sitio.
Creo que es una buena forma de vernos
Abrazo!
🙂 Me resulta interesante ver la parte comunitaria de la ética hacker desde esta perspectiva. Porque si es una adaptación evolutiva que sirvió a superar muchos retos en el pasado, por un lado, ahora también puede servir y, por otro, cualquiera puede ser hacker.
Pues, me queda en el debe leer el artículo entero para poder contrastar más la hipótesis que plantea. Pero en todo caso, dos cosas: suena bastante plausible, y además estoy bastante convencido de que la colaboración entre hackers (bueno, y también con personas que no se consideren hackers puramente) es sumamente enriquecedora y ayuda a encontrar soluciones.
Y, como si fuera poco, hacer algo entre muchos es más divertido 😀
Qué bien contado, Bianka, y qué de acuerdo estoy con lo que planteas (y secunda Michel): en la colaboración está la solución, pero, como cuentas en tu post, siempre lo ha estado. Abrazos.
Sí, parece que a partir de cierto momento de la evolución se impuso la máxima de «colaborar o morir». Esto no quita, todo lo contrario, que sea necesario innovar en las formas de colaboración. Igual que en las finanzas, también en este ámbito necesitamos innovar más y sería una pena que la «crisis» echase este proceso para atrás. Otro abrazo!
Que lucido. Aunque me cuesta seguir el vinculo entre la aceptación a la inestabilidad y el desarrollo del razonamiento simbólico.
Diría que las crisis fuerzan la variabilidad, que la mejor estrategia de supervivencia en tiempos de cambios es innovar continuamente para escapar a tu zona de confort, pero sin morir en el intento, que las mejores técnicas las transmiten los supervivientes :).
El razonamiento simbólico fue lo que permitió innovar que, a su vez, permitió poder «aceptar» la inestabilidad. Una respuesta evolutiva igual de válida que desarrollar más músculo o más pelo que, en este caso, permitió la colaboración y resultó ventajosa (aunque también traería nuevos problemas). Decir «aceptación» es una mirada de la mente que ya razona simbólicamente 🙂 como si de una decisión de asamblea se tratase. No fue ninguna decisión consciente, por supuesto.
También soy partidaria de aprender de los supervivientes, completándolo con el aprendizaje anticipatorio para no basarnos únicamente en el pasado al tomar decisiones.
Ok, entonces por aclarar mis ideas. Una fuerte variabilidad del entorno fuerza a cambios adaptativos, lo que nos lleva en último termino -por selección natural- a individuos más generalistas y menos especializados, tanto genéticamente como conductualmente.
Ante esa variabilidad del entorno surgió una innovación, la colaboración, para la que era necesaria desarrollar el pensamiento simbólico; tener una identidad de grupo, imaginar el futuro y planificar lo inesperado.
Solo repetirme en que lúcida la metáfora. En estos tiempos inciertos pluriespecialismo (ética hacker), innovar en las maneras de colaborar (software libre) y trabajar los simbolismos (comunidad real).
A la especialización justo estaba hoy dándole vueltas. Parece que es un equilibrio delicado y que el reto actual es combinar bien especialización y colaboración.