Antes de viajar al II Encuentro eurolatinoamericano de emprendedores sociales juveniles, me preguntaba si al emprendedor hay que añadirle el adjetivo social por la misma razón que los indianos añaden el adjetivo real a las palabras identidad y comunidad. Si llamar la identidad real tiene sentido para diferenciarlo de la identidad imaginada, llamar al emprendedor social, me dije, cobraría sentido al querer diferenciarlo del emprendedor o inversor especulador cuyo interés es vender su empresa y multiplicar su inversión. Así, el emprendedor social sería una persona muy parecida al emprendedor artesano lo cual ofrecería una base común desde donde empezar a conversar.
La primera señal de que esto no era así fue que el encuentro, en realidad, no era de emprendedores. Los asistentes y ponentes con los que he coincidido eran funcionarios públicos y empleados de cámaras o de oenegés, todos promoviendo y premiando el emprendizaje no sólo social sino ahora también juvenil, pero nadie que haya fundado una empresa en su vida.
Uno de los ponentes dio una buen resumen de toda la teoría que se ha hecho hasta el momento en emprendizaje social. Diferenciaba entre tres tipos de persona emprendedora: la que trabaja para otros aportando innovación (el intraemprendedor), la persona que emprende con otros (el emprendedor) y la persona que emprende para otros (el emprendedor social). En el caso del intraemprendedor también cabía el adjetivo social si éste trabajaba en una oenegé o para el estado.
Las conversaciones durante las comidas y los paseos, si bien agradables, no hicieron más que confirmarme que el emprendedor social, tal como lo entendían en ese evento, tiene ese cariz oenegista de ayudar a otros que son pobres y no pueden hacerse cargo de su vida mientras que él sí puede (hacerse cargo de las vidas de otros). Y este enfoque universalista, esté basada en la visión cristiana del mundo o en el nacionalismo, no es precisamente el que va a permitir que el emprendedor social se mantenga al margen de las lealtades y jerarquías sociales del poder. En la mayoría de los casos, sus lealtades le situarán en el lado del poder, no le importará mantener el status quo y, si para conseguir una subvención tiene que ponerse el adjetivo juvenil, se lo pone.
Finalmente, supimos que un estudio de Ashoka había descubierto que los emprendedores sociales, al trabajar tanto para otros, suelen tener problemas familiares y vidas privadas desastrosas. A los que hayamos visto las cinco temporadas de The Wire, esto nos permite identificar a McNulty como el intraemprendedor social por excelencia.
¿Y hace falta ser irlandés y/o alcohólico? 🙂
El que se celebrase en Toledo debería haberos dado una pista. Cuando he hablado allí con alguien de montar algo, lo que más les preocupaba es si se podría pedir una subvención…
¡Qué gran serie The Wire! Aunque McNulty ya era irlandés y/o alcoholico antes de decidirse a ayudar a la gente…
El estudio ahora que lo pienso dice mucho también de los criterios y espíritu con que Ashoka elige a sus «emprendedores sociales», no te parece?
Claramente. Son los medios que conducen a los fines.
Yo es que lo de «emprendedor social» siempre lo he visto como un rollo pajarú para no llamar al asociacionismo, el espíritu de fundación y a la sociedad civil por su nombre. Como una extraña forma de no parecer misioneros o algo parecido.
Y no se llama por esos nombres, mucho más acertados, para crear un nuevo concepto estadístico bajo lo cual asignar fondos a los de siempre.
Que bueno, «McNulty como intrapenaur»!
Todavía estoy con la carcajada
😀 Un personaje cautivador. Al final, lo único que le queda es, precisamente, la familia.
Lo del invento estadístico, me encanta. Resulta que la ONU hace décadas que llamaba ONG’s a las ONG’s, es decir: asociaciones, fundaciones, etc. etc…. e iglesias, entre ellas la católica. Una organizacion no gubernamental es… la patronal. O un sindicato. Subvenciones aparte. Vaya. Pero como ONG viene a significar «buen rollito»…