Viene el invierno, época de preparar cremas y purés calientes. Para hacerlos más apetecibles, echamos mano de las especias exóticas. La crema de puerros y la de calabacín quedan más ricos con nuez moscada, mientras que al puré de calabaza le va de maravilla la guindilla.
La nuez moscada, en concreto, me lleva a abrir un libro realmente bonito de la estantería que cuenta la historia de las especias. Tomo conciencia de que, si viviera en el siglo XIV, rallar nuez moscada en la crema me costaría fácilmente tres ovejas o siete bueyes, dependiendo de si vivía en Inglaterra o en Alemania. Sigo leyendo para enterarme de que a partir del siglo XVI, me costaría aún más.
«Cuando los portugueses descubrieron las Islas de las Especias en 1512, el comercio de la nuez moscada y el macis pasó a ser monopolio suyo durante un centenar de años. A continuación, fueron expulsados por los holandeses, que prosiguieron con este monopolio comercial, llevándolo a grandes extremos: en 1651, proyectaron desarraigar todos los claveros y moscateros de todas las islas excepto las de Amboina, a fin de proteger con esta restricción la cosecha de especias. La pena de muerte con que se castigaba la posesión, venta o cultivo de clavos o nuez moscada obligó a los isleños a aceptar esta política, y en 1681 se destruyeron las 3/4 partes de claveros y moscaderos de las Molucas. En el siglo XVII, la nuez moscada pasó a ser una de las especias más caras, de primerísima importancia como artículo de comercio en el mundo occidental, objeto tanto de los estratagemas de los holandeses para mantener altos los precios, como de las contratretas de los ingleses y franceses para tratar de obtener semillas fértiles para transplantar.»
Cuando, unos días después, escucho a Juan Urrutia decir que «el monopolio intelectual, aunque sea temporal, tiene todas las dificultades e inconvenientes que tiene cualquier monopolio; sería mucho mejor la competencia», no tardo en recordar este episodio de la historia de la nuez moscada y los inconvenientes de «proteger la cosecha».
Pero la historia no termina aquí sino nos enseña también algo sobre el funcionariado. En el siglo XVIII, cuando los precios del macis (la cáscara de la nuez moscada) fueron superiores a los de la nuez moscada, un funcionario de Amsterdam envió órdenes terminantes a las Molucas para reducir el número de moscateros y plantar… ¡más árboles de macis!
Funcionarios, cosechando desinterés desde el s. XVIII 😀
La historia se repite cada día. Justo después de leer lo de los árboles de macis me contó una amiga profesora de formación y orientación laboral (FOL) que una funcionaria del Ministerio de Educación, responsable de gestionar el presupuesto de unos proyectos específicos para centros e institutos públicos, le preguntó en una visita a su centro que «qué era eso del FOL».
Muy bueno. Y encima la combinacion de guindilla con puré de calabaza no la conocía, pero tiene todo el sentido. Tengo una calabaza enorme de caserío de verdad (lo que no es garantía de nada, y es que añoramos el campo de forma bucólica) que va a ser candidata al condimento.
🙂
También combina bien con membrillo.
Y si caserío en sí no es garantía, sí la es, creo, que la calabaza tenga una «historia» bonita que le quite lo idílico y deje simplemente lo personal.