En la interacción entre usuario y sitio web, es útil contemplar los formularios de registro como una barrera de entrada. Podría compararse a una puerta con la nota «ábreme» pero que no quita que sea el usuario que tenga que empujarla con su propio esfuerzo. O, quizá mejor, una presentación entre desconocidos, necesaria para conocerse mejor y hacer cosas juntos. Un obstáculo que proporciona una experiencia que inevitablemente influirá en el desarrollo futuro de la relación.
Cuando se trata de una aplicación con la intención de que el usuario vuelva, lo más habitual, y con razón, es un formulario de registro básico. Más adelante, ya habrá tiempo de invitar al usuario a completar su perfil.
Cuando se trata de una interacción puntual, como la descarga de una publicación, podría parecer recomendable que se pidan más datos puesto que estamos ante una posibilidad puntual de obtenerlos. Quizá no habrá un «más adelante». Al menos esto es lo que transmiten los formularios de registro extensos, llenos de campos obligatorios que piden datos como si no hubiera un mañana.
La verdad es que, efectivamente, quizá no lo habrá. Pero no lo habrá precisamente por haber diseñado el formulario con esta premisa, a modo de profecía autocumplida. Porque, si lo pensamos ¿qué relación entre desconocidos comienza por preguntar al otro por su código postal, DNI y situación laboral? Son las relaciones con la administración, con la burocracia las que comienzan así. Si buscamos ese tipo de relación, habremos acertado.
Si no, quizá interese plantear la descarga no como el fin sino como el comienzo de una relación, y conformarnos con lo mínimo que necesitamos para seguir atrayendo la atención del usuario.
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