Tengo la sensación de avanzar en el itinerario a paso más bien lento. Mi lector de feeds recoge cada día de más fuentes, las conversaciones indianas me resultan irresistibles y me cuesta no perderme entre los tallitos de la enredadera. Además, también me gusta entregarme a placeres tales como preparar crumble o mutabal que ya a la primera salen riquísimos. Afortunadamente tengo como referencia a Iván que está aquí pese a no haberse apresurado.
Estos días, cada vez que leo un capítulo de El capitalismo que viene, me pillo maravillada por lo bien que explica en él la economía Juan Urrutia. La disipación de rentas como consecuencia, y la competencia perfecta como estación final del netweaving, resultan conceptos utilísimos para pensar sobre el sistema económico. Me pregunto hasta qué punto se asemejan a la segunda ley de la termodinámica y si tiene sentido buscar este tipo de semejanzas entre lo físico y lo social.
Después de haber participado el año pasado en lo que era un intento torpe de diseñar una llamada «red social», me encanta encontrarme con el verdadero motivo del fallo de generar valor tanto de las empresas de la «crisis puntocom» como de muchas «redes sociales» de hoy: no poder explotar las ventajas de la reducción de los costes de transacción por servir a una clientela cuya confianza no han ganado, porque ésta no está constituida en una red identitaria. Una pena que a lo largo la asignatura «Comunidades virtuales», que cursé el pasado semestre en la UOC, no hayamos diferenciado comunidad imaginada de comunidad real (mejor dicho, dábamos prácticamente por hecho que la segunda ya no existía) o adhesión de participación y de interacción, conceptos claves para pensar sobre «redes sociales».
Es ahora también, y no en las asignaturas básicas del Master de Sociedad de la Información y del Conocimiento, que empiezo a entender realmente el fenómeno del software libre. Aunque, para ser justa con el Master, voy a añadir que el impulsor de que todos los estudiantes tengamos blog fue de uno de los consultores defensor del software libre. Pero el concepto de libertad detrás del software libre no lo tenía nada claro. Al buscar un buen CMS para la empresa en la que trabajaba, veía que los consultores de software libre eran más caros que las empresas que vendían su propio CMS privativo y me decanté por las segundas. Sólo después me di cuenta de que, para cualquier modificación o nuevo desarrollo, dependía de esa única empresa y que había renunciado a la diversidad y a la libertad de poder elegir y cambiar. En plena postmodernidad, elegí formar parte de una cadena propia de la modernidad.
Y los resultados de aquella aventura me enseñaron claramente que los tiempos modernos terminaron. Es hora de afrontar la realidad sin miedos viejos, con lógica nueva.
Creo que una de las cosas que gustan de hacer un camino es, precisamente, hacerlo al ritmo que te pide el cuerpo.
Así, si hay semanas en que el Itinerario avanza rápido es porque así tiene que ser. Pero quizá hay días en que uno siente que lo que toca es conversar y aprender por otras vías que no llegan directamente de los libros. Y entonces uno lee cosas que parecen no tener vinculación con el Itinerario. Y así debe ser. Luego, en ocasiones, en mitad de ese proceso uno descubre que El capitalismo que viene lo impregna todo, aunque de él sólo estén (formalmente) en el Itinerario algunas pinceladas como la lógica de la abundancia y el umbral de rebeldía. Y descubre que realmente no había dejado de Itinerar ni con El capitalismo que viene ni con ninguna de las otras cosas que había hecho esos días.
No deberías sentir la presión de la velocidad. Me gustó precisamente que en todo momento asumieras con tranquilidad el tiempo que cuesta aprender las cosas, que te tomes el tiempo necesario para dejar aflorar los vínculos entre cosas antes de seguir leyendo y posteando. Ya sabemos que lo importante es hacer las cosas porque uno realmente quiere hacerlas. Y hacer así las cosas quizá requiere perderse por los tallos de enredadera y dar vueltas antes de seguir trepando. Pues que así sea: conocer bien el entorno ayuda a avanzar con paso firme, sabiendo en todo momento dónde estamos poniendo los pies. No parece mal plan.
Y ese crumble y ese mutabal… qué buena pinta todo 😉
No hay prisas y lo bueno de que sea así se ve perfectamente en éste post. La enredadera no es un árbol: no hay un tronco lineal, se disfruta cuando te pierdes y te pierdes cuando no tienes prisa por llegar a ningún lado.
Por cierto, hablando de perderse, el crumble lo habrás hecho con manzanas portuguesas no? 😉
Y lo mejor de todo es que ese perderse por los tallitos de la enredadera no acaba con el final del itinerario de integración. Y de hecho creo que disfrutamos tanto perdiéndonos por esos tallitos de la enredadera que decidimos darle un poco mas de consistencia con los itinerarios internos.
¡ Qué buen titulo ! 🙂
Gracias por estas reafirmaciones del perderse, del no tener prisas por llegar a un sitio concreto. También me sirvieron para ser realmente consciente de por qué la enredadera es el símbolo de los aprendices en las Indias.
Y sí, la materia prima del crumble fueron las manzanas que, perdidos entre fincas de piedras gigantescas y arañas venenosas, recogimos del suelo al lado de una carretera comarcal en Portugal 🙂
Jeje, yo también tengo a veces la impresión de perderme y liarme cuando abro el lector de RSS y recibo noticias de lo más dispar, pero esa visión de ir navegando por la enredadera es muy esperanzadora, y ayuda a guardar en mente la presencia de la diversidad. Lo tendré en cuenta…
La preocupación por la dependencia de un único proveedor es justamente uno de los argumentos que muchas empresas parecen entender mejor a la hora de decidirse por el software libre, aunque sí es cierto que más veces prefieren alimentar a la bestia adoptando el «estándar de facto» privativo de turno. Tal vez se vean como una comunidad capaz de apoyarse entre ellos y hacer valer sus intereses com frente al proveedor, pero al ser una comunidad imaginada no llegan a ninguna parte, lo que entronca con tu observación sobre el fracaso de las «redes sociales».
¡Esos platos tienen muy buena pinta!
🙂 La cosa se complicó, en el caso concreto a que me refiero en el post, con que los consultores y empresas que ofrecían software libre lo hacían entre relaciones de mercado propias del «capitalismo de amigotes«, de monopolios, subvenciones y precios inflados, por tanto no eran nada competitivos mientras que la empresa de software privativo sí funcionaba con relaciones más propias del mercado libre y tenía una oferta más competitiva. De hecho, después de meses de ver sólo ofertas del primer tipo, encontrar lo segundo me resultó tan liberador que el producto adquirido casi pasó a segundo plano.