Hace algunas semanas Iván enlazó un vídeo sobre lo que motiva al hacker. Ahora encuentro otro vídeo de los mismos creadores que, por un lado, da razones para el unschooling, fenómeno sobre el que leí por primera vez en un reciente minipost de Juan Urrutia. Por otro lado, me ha recordado mi operación de amígdalas.
El vídeo me hizo tomar consciencia de que la operación de amígdalas fue, y nada podría describirlo mejor, mi primer contacto con una fábrica de producción industrial. El ejemplo por excelencia de la producción industrial es, lo podemos leer en El capitalismo que viene, la planta de ensamblaje de automóviles o aviones dibujado en forma de cuenca fluvial en la cual las materias primas entran por un lado y dentro son tratados por operarios colocados a lo largo de una cadena hasta salir el producto final por el otro lado. Sin embargo, para mí, la operación de amígdalas, que en los ochenta se hacía de manera rutinaria y requería, por tanto, de una organización científica, me resulta un ejemplo más cercano.
A los niños con operación programada para aquella mañana nos ponían en una fila en el pasillo de la planta de tal manera que el inicio de la fila coincidiese con la puerta detrás de la cual se realizaba la operación. De ese modo, cuando sacaban a un niño operado, todavía inconsciente por el éter inhalado, no se perdía tiempo en ir a buscar al siguiente; el avance de la fila hacía que éste se encontrara justo delante de la puerta. Just in time. A mí me tocó presenciar la salida de varios niños y pude tomar nota de que la fila avanzaba realmente bien, la espera no resultaba molesta. Debida a mi tierna edad (2 años) seguramente no era consciente de lo que me iba a pasar y por eso no me importaba portarme bien en la fila. Además, vi a los otros niños salir en brazos y yo llevaba ya varios días en el hospital: me apetecía que me cogieran en brazos ya de una vez.
Aun así, pese a todo el empeño taylorista de coordinación, no pude dejar de sentirme engañada una vez dentro de la sala. Y el éter hizo que, para colmo, no pudiese ni disfrutar del abrazo. La experiencia me hizo precavida. Desde entonces he preferido siempre entrar en los sitios el primero y enterarme cuanto antes de lo que iban.
Y esto me lleva de nuevo al vídeo en cuestión que argumenta que los actuales sistemas educativos, construidos sobre la cultura intelectual de la revolución francesa y las circunstancias económicas de la revolución industrial, no cuentan con que, hoy en día, en la actualidad, tanto producción como aprendizaje y conocimiento requieren no una cadena de montaje sino una comunidad. Seguramente sea por eso que las operaciones de amígdalas sólo las hacían como rutina a los niños muy pequeños: los que eran un poco más grandes, hablando entre ellos, se enterarían de lo que iba la cosa y ya no harían una fila tan bonita.
Qué bueno! Qué buena la metáfora, el ejemplo y tu particularísima y muy indiana visión de lo que significa ser precavido 🙂
😀 Buenísimo!! Me parto!!
Me encanta tu denuncia de la industrialización de la sanidad y de la idiotización sistemática de los niños.
Sin embargo, qué difícil es encontrar una comunidad con la que compartir conocimiento y encontrarse bien trabajando.
Un saludo
Tan difícil es encontrarla que, a lo mejor, y cada vez más, toque desarrollarla, construirla comenzando «con lo pequeño, con lo visto de cerca, y abrirse luego hacia lo más grande».
Por cierto, he visto que estás leyendo «Claus y Lucas» de Agota Kristof. ¡Qué duro!
Sí, mi profe de novela no recomienda novelas superficiales precisamente. Sobre todo destaca la crudeza del primer libro de «Claus y Lucas». No hay concesiones, no hay sentimientos. Sin embargo, en ciertos casos y en ciertos ámbitos no creo que esté tan lejos de la realidad.
Un abrazo