Stefan Zweig sobre los revolucionarios profesionales

Pero incluso en las personas de confianza me aburría la esterilidad de sus eternas discusiones y su encajonamiento voluntario en grupos radicales, liberales, anarquistas, bolcheviques y apolíticos; por primera vez pude observar de cerca al auténtico tipo de revolucionario profesional que se siente enaltecido por su simple actitud de oposición y se aferra al dogmatismo porque carece de soporte en sí mismo. Permanecer en semejante confusión hecha de charlatanería significa confundirse uno mismo, cultivar compañías dudosas y poner en peligro la seguridad moral de las propias convicciones.

De hecho, ninguno de aquellos conspiradores de café se atrevió nunca a conspirar; de todos aquellos políticos universales improvisados ninguno supo hacer política cuando hizo falta. Tan pronto como empezó la tarea positiva, la reconstrucción después de la guerra, cejaron en su actitud negativa y criticona, del mismo modo que muy pocos escritores antibelicistas de aquellos días lograron escribir obras importantes después de la guerra. Había sido la época, con su fiebre, la que escribía, discutía y hacía política por boca de ellos y, como todos los grupos que deben su unidad a una momentánea constelación y no a una idea vivida, todo aquel círculo de hombres interesantes y dotados se desintegró sin dejar rastro tan pronto como hubo desaparecido la resistencia contra la que luchaban: la guerra.

En su autobiografía El mundo de ayer.

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