En un evento de networking en que he participado esta semana, varias personas que venían de escuelas de idiomas me contaron que estaban expandiendo su ámbito de actuación hacia la organización de prácticas en empresas, como un servicio complementario a los cursos presenciales.
Es un servicio que les piden sus alumnos. Las situaciones personales de los alumnos y sus razones para querer aprender español, me imagino, serán diversas, pero coinciden en la necesidad de aprender el idioma trabajando, es decir, a través de la experimentación de situaciones reales.
Para las escuelas es una oportunidad de desarrollar competencias en este ámbito, a aprender a articular un sistema de organización que proponga valor tanto al estudiante como a la empresa. Por el lado del estudiante, el reto es conseguir proponerle contextos productivos en los que haya equilibrio entre sus habilidades y los desafíos del entorno. Por el lado de las empresas receptoras, el reto es, primero, convencerles de que el aporte en diversidad que supone la llegada de una persona de fuera compensa el tiempo que necesitan dedicar a enseñarle. Segundo, cómo plantearse este tiempo para que suponga un aprendizaje para ambas partes.
Estar a la altura de estos retos incluye la acertada canalización de las conversaciones y la captura del conocimiento que en estas se genera. Ese es el aprendizaje clave para ofrecer este nuevo servicio, a mi parecer. Para las escuelas que acierten y aprendan, el premio en ventaja competitiva podrá ser enorme, en especial si el «Erasmus para todos», el nuevo programa europeo de cursos y prácticas en el extranjero en todos los niveles, permitirá el acceso a las becas a nivel individual.