Más movilidad laboral es beneficioso para cualquier economía pero sobre todo es beneficioso para las personas y las organizaciones. Las primeras acceden a nuevos entornos para aprender y trabajar –dos actividades inseparables entre sí– mientras que las organizaciones pueden crear entornos más innovadores y creativos gracias a la incorporación de nuevas ideas y hábitos sociales a su comunidad.
Se sabe desde hace mucho que la regulación restrictiva de las profesiones tiene el mismo efecto sofocante en la movilidad de las personas que la discriminación a base de la nacionalidad.
Así comienza el libro verde sobre la modernización de la directiva europea de las cualificaciones profesionales. Al leerlo, uno tiene la sensación, bastante divertida, de que al moverse por Europa para buscarse la vida, las personas son, por un lado, «enviadas» por su estado de procedencia y, por otro lado, «recibidas» por estados de destino. El objetivo de los mecanismos que incluye esta directiva –la tarjeta profesional europea, los requisitos mínimos para ejercer una profesión, etc.– es crear confianza mutua. Pero como pretende crearlo desde el estado, sus propuestas parecen demasiado desconectadas de la realidad.
La confianza se genera a base de relaciones entre personas y comunidades concretas. Por eso, al llegar a un lugar nuevo, lo primero que uno hace no es ir a ver a las autoridades estatales para que le aseguren que tienen registrada su tarjeta profesional europea sino contacta con las personas y empresas que le pueden ayudar a encontrar trabajo para, a continuación, contarles y demostrarles lo que sabe hacer.