Me estoy entreteniendo con el primer capítulo del itinerario. En concreto son dos libros, Ciberia y El mandril de madame Blavatsky, leídos de modo paralelo, que me hacen divertir y recrearme.
Mientras los ciberianos siguen, bajo el efecto de las drogas psicodélicas, viéndose a sí mismo como partes de un gran acontecimiento fractal, que llaman Gaia, Peter Washington cuenta en El mandril la historia del gurú occidental y descubre patrones útiles para interpretar, entre otros, los acontecimientos ciberianos.
Explicar la aparente diversidad en términos de unidad real es el principio formativo de muchas filosofías y religiones antiguas.
Este deseo de unidad está presente tanto en los movimientos ocultistas-espiritistas de los siglos XVIII y XIX que se propusieron extraer los elementos universales de todas las religiones y unirlos en una «doctrina universal», como en los movimientos de la llamada Nueva Era que veían la realidad «como un inmenso fractal de campos en resonancia» con los que Rushkoff, creo, simpatiza en su libro.
En cuanto a sus métodos, si en los primeros predominaban las revelaciones mediante cartas de extrañas hermandades aparecidas en curiosas circunstancias, en los segundos las visiones se producen bajo el efecto de las drogas y hongos psicodélicos. Y si en los primeros todo el mundo, con excepción del señor o la señora gurú «se dedicaba al duro trabajo físico de llevar la propiedad», en Ciberia somos testigos de comentarios al estilo del siguiente:
¿Cuánta gente ha probado las putas drogas inteligentes desde que empezamos con esto? Pues eso es indicativo de nuestro fracaso. La gente que se encarga del Bar Inteligente ni siquiera las toma, joder.
Y si me paro a pensar en esa manía de abarcarlo todo, de encajar cada pieza de la realidad en una única gran unidad, no puedo evitar pensar en que muchas empresas de hoy tienen «evangelizadores», presentan sus productos como «auténticos» e intentan inscribir, de la mano de los estados, a las personas en sus propios patrones limitando su libertad.
Creo que este miedo a la diversidad, base de muchas filosofías y religiones, se percibe, además, en el dospuntocerismo y en la presentación, por parte de los grupos de poder, de los blogs como irrelevantes con el fin de mantener la agenda pública bajo control.
¿Te acuerdas de el primer día que viniste a comer? Te comenté la diferencia entre politeismo y superstitio y creo que incluso salió cuan diferente de las religiones de hoy era la concepción clásica de la religio. La clave es la misma: si realmente te crees la diversidad, no puedes creer en un principio superior único y ordenador de los demás.
Me alegro de que relaciones estos conceptos con mi post, son claves. Y también de que hayas recomendado El mandril de madame Blavatsky que deja claro que los movimientos esotéricos a veces están encantados de asociarse con el nacionalismo, si les conviene (por ejemplo los teosofistas en Ceilán), ya que ambos creen en la existencia de un único principio; los primeros para explicar el universo entero y el segundo para dar sentido a todo lo que existe dentro de su territorio o dentro de lo que entiende como nación.
Una vez alguien me dijo, a la pregunta de «¿el vaso medio vacío o medio lleno?» sólo «el vaso, sólo el vaso».
¿El miedo a la diversidad? Seguro. Por debajo de todo, impregnándolo todo y pegándose a la piel (y siendo difícil de limpiar), el miedo simple, sin apellidos. El miedo a la diversidad, y a lo desconocido, y a todo lo que venga.
El miedo a que una nueva estructura de la información más distribuida haga reducir la cuota de poder, entre aquellos que ahora lo tienen. En este sentido, la evolución de las herramientas web es ilustrativa porque ha supuesto una suerte de decrecionismo: las primeras daban toda la autonomía al usuario y eran distribuídas, las dospuntoceristas aún daban al usuario la posibilidad de «hacer su propia agregación» pero ya aspiraban a ser centralizadas (y al centralizar quitaban al usuario parte de su autonomía –software as a service–). Las más recientes renunciaron a esa capacidad de diversidad, concentrando todo el tráfico posible y aspirando a centralizar toda la actividad en la web en un único nodo propietario, al que los usuarios no pueden controlar y con el que, por tanto, están en relación de desventaja.
El miedo a la diversidad es, también, el miedo a que de esa diversidad dé origen a otras formas de ver el mundo.
Y ahí enlaza el miedo a la diversidad con muchos de los miedos más nacionalistas: el mismo miedo que hace a muchos desconfiar de inmigrantes o extranjeros porque «no necesitan tu cultura»: ¡cierto, muchos la buscarán pero ni mucho menos es indispensable y muchos tienen su modo de hacer las cosas y ver el mundo! El miedo del que, en el fondo, echa de menos el mundo que no fue ni será: un mundo en el que todos tengan su cultura. Un mundo à la Ford T: «Puede usted tener un mundo con las reglas que sean, siempre que sean mis reglas». Han pasado muchos años desde la declaración de independencia del ciberespacio por Barlow… pero aún creo que, pese a los empujones del sistema por recentralizarlo todo y destruir la diversidad, vale la pena luchar por ello 🙂
¡Gracias por este comentario tan guapo! 🙂 Me encanta aquello de «el vaso, sólo el vaso».
Repasando mis propios pingbacks a mi artículo sobre Ciberia, veo que me suelo referir a él por dos motivos: i) la posibilidad de crear nuevas realidades, y ii) el abrazar el caos. El primer punto estaría relacionado con tu post anterior y una de las principales «trampas congnitivas» que actúa sobre cómo enfocamos el mundo (y reaccionamos en consecuencia) es, como bien indica David, la nación, la comunidad imaginada de mayor peso en el presente; aquí la nuevas realidades a crear serían las comunidades transnacionales. Lo segundo entroncaría con el post actual y el aceptar y valorar la diversidad, el hecho de que ante tu acción habrá reacciones muy diferentes que difícilmente podrás controlar, pero no por ello hay que hacerse atrás. Por cierto, ambos puntos recogidos muy a menudo por la literatura ciberpunk. 🙂
Gracias por compartir las dos cosas principales que te aportó la lectura de Ciberia. En mi caso la primera se complementa con ser conscientes del riesgo de seguir patrones antiguos al crear mundos nuevos. Un abrazo 🙂