Me servía de consuelo […] volver a mi influyente amigo, el apaleado, torcido y arruinado vapor de hojalata. Subí a bordo. Resonó bajo mis pies como una lata de bizcochos Hunlay and Palmer vacía que se hubiera hecho rodar de una patada por un canalón; no era de estructura sólida, y mucho menos bonito de forma, pero había invertido en él demasiado trabajo como para no quererlo. Ningún amigo influyente me hubiera servido mejor. Me había dado la oportunidad de moverme un poco… y descubrir lo que podía hacer. No, no me gusta el trabajo. Prefiero holgazanear y pensar en las cosas buenas que pueden hacerse. No me gusta el trabajo –a ningún hombre le gusta–, pero me gusta lo que hay en el trabajo, la ocasión de encontrarse a sí mismo. Tu propia realidad –para ti, no para los demás–, que ningún otro hombre puede conocer jamás. Ellos sólo pueden ver el espectáculo, pero nunca pueden decir lo que realmente significa.
Joseph Conrad: El corazón de las tinieblas