En una de las asignaturas que he elegido este cuatrimestre, Conflictología, las actividades giran en torno al libro de Eduard Vinyamata con el mismo título. En el prólogo leo que la disciplina llamada conflictología tiene sus inicios en los años setenta en EEUU, fue motivada por las tensiones debidas a la Guerra fría y, en sus orígenes, bebe de fundamentos espirituales desarrollados por los cuáqueros. El autor describe una de las piedras angulares de la disciplina en los siguientes términos:
Normalmente, se tiene el convencimiento de que toda disputa siempre se resuelve a favor de una de las partes en perjuicio de la otra. Resulta extraordinariamente difícil concebir resultados en que ambas partes del litigio puedan resultar plenamente satisfechas. De hecho, esta es una de las principales dificultades que habrá que superar para poder solucionar conflictos. (…) Si las partes en conflicto, todas ellas, no resultan plena y simultáneamente satisfechas, no podremos decir que el conflicto ha finalizado, este se planteará de nuevo en cuanto encuentre ocasión más propicia.
Si sigo leyendo (que, sin duda, haré), ¿me encontraré con algo parecido a la lógica de la abundancia? ¿Será posible fuera de los espacios digitales? Estaré atenta al respecto.
En todo caso, el autor afirma que los sistemas tradicionales de resolución de conflictos, como las normas y las leyes, la negociación coercitiva y las técnicas psicológicas orientadas a la resignación, sólo prorrogan o reprimen, pero no solucionan los conflictos. Con este panorama no es de extrañar, pues, que se sigan buscando Zonas Temporalmente Autónomas.