He empezado a leer The Information Diet, un libro que descubrí por medio de un comentario de Eva en en blog de Cartograf. Su autor, Clay A. Johnson, compara el consumo de información con la ingesta de alimentos. Mientras la comida basura causa obesidad, la información basura lleva a nuevas formas de ignorancia—afirma. Su elección de metáfora tiene motivos personales que cuenta muy bien en el libro. Para mí es una metáfora acertadísima: es sencilla y fácil de entender, conecta con experiencias personales de los lectores y no deja de tener un punto de sorpresa.
De pronto, tan sólo me gustaría traducir un párrafo del libro sobre la transparencia. Esta puede parecernos la solución al problema de los sesgos, partidismos, intereses conflictivos y dilemas principal–agente en y alrededor de las instituciones pero resulta que, de forma esta vez poco sorprendente, la cosa no es tan simple.
Si el consumo poco saludable de información crea malos hábitos informativos del modo en que la comida poco saludable genera adicciones a alimentos, ¿de qué sirve la transparencia? Dejé de trabajar en la Sunlight Fundation. La transparencia no era la respuesta que yo buscaba. No puedes simplemente llenar el mercado de brócoli esperando que las personas dejen de comer patatas fritas. Si las personas buscan información que confirma sus creencias, inundando el mercado de datos gubernamentales no funcionará tan bien como pronostican los teóricos.
Es decir, el libro nos adentrará en el territorio de los sesgos cognitivos. Intuyo que su respuesta será la responsabilidad personal y la ética hacker.