Después de leer Días verdes en Brunei de Bruce Sterling, Mundo Espejo de William Gibson y ver los vídeos sobre la historia del software libre y el papel de Otpor! en derrotar a Milosevic, empiezo a ver la ética hacker por todas partes. Se me viene a la mente cuando Juan Urrutia pide empuje en lugar de liderazgo, cuando David piensa sobre las bases conceptuales de un software que apoye los procesos deliberativos y cuando veo a un amigo funcionario extrañarse de que no haya entusiasmo por la huelga general.
Así predispuesta, cuando llego a La ética del hacker y el espíritu de la era de la información de Pekka Himanen, de repente tengo claro que la cultura del hacker, o del bricoleur, es el sustrato mismo del que pueden surgir las redes distribuidas. Porque, como dijo David hace ya bastantes años, la tecnología no conduce necesariamente a ningún lugar. Son las personas. No el estado, ni las empresas. La ética hacker nos recuerda una y otra vez que la unidad básica de cualquier cambio social real son las personas con voluntad propia.
La lectura del libro de Himanen me trajo dos recuerdos personales, la primera relacionada con la cultura de la obediencia en la que me tocó crecer y la segunda con el vínculo entre la vida social y la pasión por lo que uno hace, dos motivaciones intrínsecamente relacionadas del hacker. La primera me pasó con una amiga que tuve en primaria quien, en un momento de sincerarnos las amigas y decirnos qué características negativas le veíamos unas en otras dijo que mi mayor característica negativa era la curiosidad. Ahora es profesora. La segunda es que si disfrutaba aprendiendo una determinada asignatura o no, dependía enteramente del vínculo social que pudiera establecer con el profesor. Fue el motivo de que en el instituto quise escoger la especialización en bioquímica y que, al no poder hacerlo y estar obligada a elegir español, al final disfrutara tanto con mi exprofesora de español.
«La sociedad red no pone en tela de juicio la ética protestante» . Una frase muy importante del libro que me hace pensar que es difícil que cualquier sociedad (considerando la distinción entre Gesellschaft y Gemeinschaft recordada hace poco por Juan Urrutia) ponga en tela de juicio la ética protestante ya que es en la que se basa para construir su comunidad imaginada (aunque estoy de acuerdo con Juan en destacar, dentro de Gesellschaft, los pueblos dispersos). En este sentido veo mucho mérito en que Himanen haya identificado los valores del desarrollo personal como el motor de la ética protestante cuya función es aportar la dimensión cultural a la forma red de organización, «oración laica« de repetición diaria de metas incluida.
«Hay razones para afirmar que la empresa red se mantiene unida gracias a los mismos siete valores que los textos de desarrollo personal enseñan de forma, como vimos, tan exagerada: la orientación a objetivos, la optimización, la flexibilidad, la estabilidad, la diligente laboriosidad, la economía y la contabilidad de resultados.»
Y que lo contraponga a los valores detrás del empuje del hacker, como la libertad de expresión, la privacidad para poder elegir estilo de vida, la actividad propia no impuesta por otros y que, sobre todo, interesa y entretiene, sigue la curiosidad genuina y el deseo de aprender y seguir aprendiendo.
Lo que hago sin sentirme verdaderamente interesado en ello con toda probabilidad carecerá también de interés para los demás, y para vendérselo tendré que persuadirles de que ese algo intrínsecamente sin interés es algo, al fin y al cabo, interesante (la tarea a la que se dedica en su mayor parte la publicidad).
Himanen relaciona la ética protestante con los monasterios – el trabajo como un asunto de consciencia – y la ética hacker, con la cultura académica – la libertad de la persona a la que «su tiempo le pertenece». La realidad muestra que en el mundo académico está ganado terreno la ética protestante (pese a la evidencia de que es cuando la universidad cultiva la ética hacker que mayor empuje da a la economía y al bienestar) mientras que los que se toman la ética hacker en serio y apuestan por las redes distribuidas y la comunidad real, se inspiran en los monasterios.
Creo que la filé tiene que empezar a ser «imperialista» con todo movimiento comunitario pasado (monasterios, kibbutz, etc.) pero también con toda cultura mercantil (mercaderes mediterráneos, gremios, cooperativas…) sin olvidar su raíz y tradición libertaria.
¿Por qué? Porque construimos y el que construye recicla todas las piedras presentes en su entorno. Bien tratadas cualquiera será mejor que un ladrillo 🙂
Esas piedras están presentes en la Modernidad, pero también -y puede que en mayor medida- en la PreModernidad. Por eso el monasterio (que es cierto tenía gérmenes de protestantismo por su origen eremítico) a las finales tiene mucho que enseñarnos, porque en él lo comunitario y su permanencia en el tiempo es más importante (y a la finales está ahí a la vista) que los elementos que pueden interpretarse como precursores de una ética calvinista (que era y sigue siendo una potencia). Y lo mismo vale decir con las redes comerciales musulmanas del siglo XI, las aristocracias mercantiles de las repúblicas marítimas (Venecia, Genova, Amalfi) o los Artes de la Era Comunal en Italia y Países Bajos.
No se trata de idealizarlos, sino de construir conscientemente mitos fruto del aprendizaje de su experiencia histórica, mitos que sean útiles para nosotros en lo que estamos construyendo. Himanen construye un hermoso mito (la ética del hacker) partiendo del mito de la ética protestante de Weber. La coherencia interna de los mitos le lleva a interpretaciones literarias del monacato que son logicamente contradictorias con las que uno saca al aproximarse a los benedictinos por su experiencia comunitaria. ¿Y qué importa? Quiero decir, son mitos y mientras sepamos que lo son, que no son sino grandes metáforas, grandes cuentos que expresan campos de valores, no serán, más que aparentemente, contradictorios. 🙂
Gracias por terminar el post resolviendo la aparente contradicción (sabía que no la era pero no habría sabido explicarlo). 🙂
Himanen también se inspira en la ética preprotestante para rescatar de ella elementos para su mito, la ética del hacker. Pero no por ello la idealiza.
Gracias por terminar el post resolviendo la aparente contradicción (sabía que no la era pero no habría sabido explicarlo 🙂
Himanen también se inspira en la ética preprotestante para rescatar de ella elementos para su mito, la ética del hacker. Pero no por ello la idealiza.
La ética hacker da mucho juego como mito, y he de confesar que lo de verla por todas partes también me ha pasado. Me parece muy curiosa la anécdota que cuentas, y refleja bastante bien la oposición de las éticas protestante y hacker: la profesora como muestra de la enseñanza unidireccional independiente del interés (curiosidad, pasión) del estudiante, contra el disfrute de aprender lo que te interesa en una relación directa entre personas que sienten gusto por trabajar juntas (esto es, fraternidad, cercana al aprendizaje y desarrollo colaborativo propios del hacker… lo que acaba llevando a la comunidad).
El vídeo que enlazas es genial para mostrar las motivaciones del hacker: autonomía para dedicarte por lo que sientes pasión, continuar aprendiendo por diversión y construir conocimiento y sentido para la comunidad. Pueden parecer «freaky» vistas desde la ética protestante del mainstream pero cada vez menos: desde dentro de IBM pronostican que trabajo y vida estarán completamente integrados y que la empresa, en lugar de decirte qué aprender te enseñará cómo aprender. 🙂