Muchos discursos y análisis sobre la globalización y la sociedad de la información presentan el mundo como una gran red interconectada. La palabra red, junto a la de comunidad hace tiempo que se convirtieron en el nuevo mantra que lo explica todo. Uno puede hacer un master en sociedad de la información sin enterarse de que lo realmente novedoso de Internet no es su mera forma de red sino la topología concreta de red en la que se basa su estructura y las propiedades sociales que ésta hace emerger. En cuanto a la palabra comunidad, los masteres oficiales del mundo de las comunidades imaginadas simplemente no son el espacio donde reflexionar sobre qué es una comunidad.
Cuando aterricé en Internet, lo primero que me fascinó fue la eliminación de los tradicionales intermediarios. Al principio sólo me fijaba en la desaparición de los intermediarios habituales en el comercio hasta que llegué a la blogsfera y me di cuenta de que se hacían en gran parte superfluos, cuando no molestos, los que antes intermediaban significados e identidades, o sea, los medios de comunicación, las instituciones del estado y las grandes corporaciones. Y eso me parecía bueno.
Cuando descubrí que internacional no era transnacional, cuando me di cuenta de que lo importante no era la parte de la palabra que decía -nacional sino el sufijo que podía ser inter o trans y que los dos revelaban mundos completamente diferentes… creo que fue cuando empecé a comprender las verdaderas implicaciones de una u otra topología. Un post de Juan Urrutia, recordado el otro día por Manuel, orienta acerca de la aplicación de estas topologías al uso de las lenguas y da mucho que pensar sobre la estrategia del inglés como segunda lengua asumido sin cuestionarlo por tantísimos sistemas educativos y tantísimas personas.
«Se trata de una reminiscencia del árbol o de la red centralizada que agota nuestra capacidad de imaginar estructuras sociales; de un resbalón de la inteligencia que no parece apreciar las virtudes de las redes distribuidas»
Las virtudes de las redes distribuidas, junto con las de la globalización y de la disipación de rentas son tan poderosas que, rompiendo las ilustradas fronteras trazadas por especialistas en los últimos doscientos años, haciendo temblar el mundo de las naciones y del capitalismo industrial, multiplican identidades y proyectos de vida posibles y hacen que lo que antes era (parecía) homogéneo, ahora sea diverso.
A los que un mundo homogéneo, donde el único movimiento es el paso de las cadenas de producción que reproducen las identidades prefabricadas, nos parece triste, a los que celebramos la diversidad, la filé no puede más que emocionarnos.
A los que discrepamos al escuchar que la única manera de conseguir cambios sociales es unirnos como consumidores para presionar a las grandes empresas, la filé no puede más que resultarnos llena de sentido.
Leyendo sobre la filé, uno descubre lo entrelazados que están conceptos como identidad y conocimiento, que antes creía independientes; lo tramposo que es querer cambios para todos y por el bien de la humanidad; lo estrechamente relacionada que está la lógica de incentivos con el tipo de resultado que se obtiene; y lo incompatible que es la lógica de cohesión de la comunidad real empoderada de empresas con la del estado-nación capturado por sus redes clientelares. Pego uno de mis párrafos favoritos, de los que hay muchos.
«Si la nación fue aquello que inventamos para entender el origen material de nuestra vida en el mundo intangible y distante de la emergencia de los mercados nacionales y el primer capitalismo, la filé lo explica de nuevo en los términos concretos de la comunidad real, de la gente que conocemos con nombre, apellidos y forma de contacto, siquiera sea virtual. Si la nación nos relegaba a producto de un espíritu nacional, la democracia de la filé nos eleva a protagonistas históricos de una Historia que no es ya una parodia de las teogonías clásicas (naciones deificadas, líderes heroicos) sino una pequeña Biblia de uso doméstico, el relato del origen de una tribu que decidió ser su propio dios lar. De constructos producto de la nación, pasamos a creadores y protagonistas de la filé.»
Y esto nos embarca hacia el uso consciente de mitos y símbolos, materia de un siguiente post.
materia de un post siguiente… que ya estamos esperando leer, que nos llevas en volandas para cerrar, sin más, con la promesa de un post que no podemos leer todavía 🙂
He de reconocer que a mi, en principio, la transnacionalidad me pilló completamente por sorpresa.
Sin embargo, me pareció un concepto tan obvio como para haberlo ignorado, que lo incorporé «ipso facto» a mi forma de percibir la realidad global.
Y en efecto, ¡yo siempre había creido en la transnacionalidad pero no me había dado cuenta!
🙂 Habiendo trabajado durante siete años con programas europeos, usando los dos términos como sinónimos, comprender la diferencia fue para mí lo que se podría llamar un hito.
Una vez más me resultan más inspiradores tus comentarios que mis libros… 🙂