En el marco de la asignatura «Conflictología» he preparado una reseña del libro «Conflictología. Curso de resolución de conflictos» de Eduard Vinyamata. Me parece largo para un post. Aun así, me apetece publicarlo puesto que incluye muchas referencias a la Indianopedia y a las lecturas del Itinerario.
Afrontar los conflictos con ética hacker
En el prólogo a su libro, el profesor Vinyamata dibuja sucintamente el escenario en el cual nació la conflictología tal como está descrita en el libro, y perfila lo que podríamos llamar un sistema ético para quien quiera dedicarse a ella.
El origen de la disciplina, que más adelante preferirá llamar «a-disciplina», lo sitúa en los años sesenta del siglo pasado, una época caracterizada por el orden bipolar. La capacidad de destrucción de las armas que poseen los Estados-nación más poderosos de los bloques enfrentados en la Guerra Fría, supera la capacidad de control de las mismas. Algunos grupos en Estados Unidos empiezan a cuestionar su utilidad y recurren a los fundamentos espirituales de los cuáqueros – la religión de William Penn, uno de los Padres Fundadores – buscando nuevas maneras para resolver conflictos. Más adelante, la conflictología se dejará influir por muchas otras corrientes de pensamiento y también por descubrimientos científicos, por ejemplo por la Teoría del Caos.
Ya en el prólogo, el autor deja claro que los sistemas vigentes de resolver conflictos, como las normas y las leyes, la negociación coercitiva y las técnicas psicológicas orientadas a la resignación, sólo prorrogan o reprimen, pero no solucionan los conflictos. Lo importante, para él, es no pararse con los síntomas sino conectar puntos hasta hallar las causas reales de los conflictos. Para ello, considera necesario hacer uso de conocimientos provenientes de una gran variedad de disciplinas. También pide capacidad de asumir un planteamiento que puede parecer sorprendente para el mainstream: para poder dar por finalizada un conflicto, es necesario que todas las partes resulten plena y simultáneamente satisfechas; resolverlo en favor de una de las partes y en perjuicio de la otra no es resolverlo. Lo que ofrece a cambio de todo esto es aprendizaje continuo. Este enfoque pluriespecialista del trabajo que pone el énfasis más en los resultados y el aprendizaje que en las técnicas y las herramientas apunta a que la conflictología requiere personas con una ética hacker. Las motivaciones del hacker, es decir, la autonomía para dedicarse por lo que siente pasión, continuar aprendiendo por diversión y construir conocimiento y sentido para la comunidad, parecen justo los necesarios para trabajar en un ámbito tan complejo como el de la conflictología.
«Aprender a vivir arrebatados por el cambio»
Esta cita del libro «El capitalismo que viene» de Juan Urrutia se asemeja mucho a lo que el profesor Vinyamata transmite cuando dice que «la vida es esto, la consecución de nuevos niveles de aprendizaje en base a la experimentación de éxitos y fracasos». Desde disciplinas diferentes, aunque quizá no tanto, ambos sitúan el cambio continuo en el centro de la vida que podríamos llamar postmoderna y que, por cierto, empezó a perfilarse aproximadamente en la misma década que dio origen a la conflictología.
Es bajo esta máxima que el profesor Vinyamata sostiene que los conflictos son oportunidades: de crecer, innovar, descubrir, conocer, mejorar, regenerar, serenarse, y recurre a Georg Simmel para recordar que «un cierto grado de desacuerdo, de divergencia y de controversia es lo que facilita la cohesión y la profunda cooperación del grupo».
Recordando a Adam Smith quien afirmó en su libro «La riqueza de las naciones» que el comercio y el mercado generan una tensión latente que inevitablemente conduce a conflictos violentos, el autor opina que no es el mercado y la competencia sino la falta de la capacidad de cooperar la que conduce a éstos. Refiriéndose a formas de funcionamiento deficiente del mercado, afirma que «cuando existe monopolio real, administrado desde el Estado o permitido por este mismo, desaparecen tanto las capacidades competitivas estimuladoras como aquellas basadas en la colaboración y la cooperación entre individuos y organizaciones diversas».
El miedo, en la raíz de todos los conflictos
Una vez examinado la importancia de pensar en los conflictos como oportunidades, el autor pasa a reflexionar sobre el por qué de los mismos para llegar a situar el origen de todos los conflictos en el miedo. Sostiene que hay razones para afirmar que tanto en el caso de conflictos con uno mismo, de pareja, de vecinos, de compañeros de trabajo como en el caso de conflictos políticos, es el miedo vinculado a una necesidad o deseo – que define como «necesidad adquirida» – el que motiva la acción que conduce al conflicto.
De ahí pasa a identificar los factores biológicos, psicológicos, pedagógicos y filosóficos del miedo y los conflictos y, en el ámbito de lo filosófico-espiritual, detiene su mirada sobre el dualismo y lo identifica como «una de las causas fundamentales del conflicto» puesto que «únicamente lo que piensan de manera dualista pueden llegar a justificar y practicar los males infligidos a otros». En mi opinión, al afirmar que «lo cierto, parece ser, es que las personas somos muchas cosas al mismo tiempo y que a lo largo de la vida cambiamos constantemente, nos transformamos» el profesor Vinyamata vuelve a vincular la conflictología a la postmodernidad. En este marco, resulta fácil comprender que una de las causas de los conflictos sociales sea que «en vez de reconocer la existencia de la disidencia, de identidades diferenciadas, de proyectos políticos distintos, se niegan».
El conflicto, fuente de conocimiento
Al posicionarse firmemente a favor de la diversidad, el autor no hace otra cosa que reafirmar que los conflictos son un elemento consustancial a las relaciones personales y sociales, puesto que, en palabras de David de Ugarte, «la defensa de la diversidad no es cosa de beatos, es la aceptación, entre otras cosas de que siempre existirá conflicto».
En el plano teórico, el profesor Vinyamata afirma que la conflictología es un sistema de conocimiento social, además de un sistema político. Es en este momento que, oponiéndose a la división academicista del conocimiento, lo denomina «a-disciplina», debido a que «no toma sus bases teóricas ni metodológicas de ninguna disciplina humanística o social específica, sino de todas y cualquiera de ella».
Dedica un capítulo entero a las aplicaciones que la Teoría del Caos, teoría que frente a certezas trabaja con la probabilística y estudia los comportamientos de los sistemas sin reducirlos a sus partes, puede ofrecer para la conflictología. La frase «si ya poseemos la verdad y el conocimiento, lo único que deberemos hacer será dejar de buscar, conservar y proteger los logros y morir de aburrimiento» es, de nuevo, un llamamiento a asumir la diversidad y pensar en la resolución de los conflictos como un proceso de aprendizaje, aprendizaje que el autor equipara a «transformación» para terminar afirmando que le parece que «que los conflictos ni se resuelven ni se gestionan sino que son transformados».
A continuación, el profesor Vinyamata llama la atención sobre el caos que reina en las denominaciones de las diversas técnicas, métodos, procedimientos, estrategias y tácticas vinculadas a la conflictología, refiriéndose especialmente a la confusión entre conflictología y mediación. En este aspecto, el hecho de que muchos términos técnicos se hayan adoptado directamente del inglés seguramente contribuya aún más a la confusión. De ese modo, en el libro leemos constantemente «couching» en lugar de coaching y «moobing» en lugar de mobbing.
Los escenarios de los conflictos
El autor presenta los conflictos en dos grandes grupos: los conflictos con uno mismo y el entorno inmediato (de pareja, escolares, vecinales y dentro de la misma comunidad, laborales y entre organizaciones) y los conflictos sociales y políticos.
Referente al segundo grupo, si en conflictología el trabajo consiste en identificar las causas reales y facilitar la transformación de los conflictos, para el autor resulta fundamental tener en cuenta que «la mayoría de los Estados han conseguido su estatus mediante actos de sublevación o de guerras contra el opresor o contra las tendencias liberadoras que se oponían a una unidad impuesta». Según el profesor Vinyamata, para el proceso de transformación en este tipo de conflictos es especialmente útil el concepto de «provención» creado por John W. Burton. La provención, tal como lo describe el autor, consiste en «procurar facilitar el bienestar y la libertad de toda la población y no como los poderes acostumbran a prevenir los conflictos a través de invertir grandes sumas de dinero en espionaje de sus propios ciudadanos para poder abortar y reprimir sus exigencias de participación en el progreso». En mis propios esquemas mentales traduzco provención como empoderamiento de las personas y veo mi interpretación confirmada al leer que «la conflictología pretende devolver las capacidades políticas a los ciudadanos».
Reflexionando sobre los fenómenos globales vinculados a la descomposición – aunque no lo llama así – el profesor Vinyamata deja claro que no ve sentido a los Estados tal como nacieron y se desarrollaron en los siglos XIX y XX y afirma que «hoy en día, los conflictos por límites geográficos son escasos, la seguridad tampoco la garantizan las fronteras y las disputas se sitúan no tanto en las reivindicaciones de las minorías, ya sean estas étnicas o culturales, sino por el miedo y la angustia de los principales usufructuarios de los viejos Estados que ven desaparecer las protecciones de que gozaban». El futuro de la política lo dibuja no como un sistema de administración y gobierno sino como un sistema de relación y de solución de los problemas de convivencia y cooperación.
Respecto a los conflictos políticos resulta sorprendente que, pese a identificar muchos de los síntomas de la descomposición, el autor no haga mención a la nueva forma de terrorismo en red, sobre todo considerando que el libro, cuya primera edición data justamente de septiembre de 2001, tuvo una actualización y ampliación en febrero de 2005.
Las herramientas del conflictólogo
Si bien perfila algunas herramientas concretas, el profesor Vinyamata pone el acento más bien en saber comprender la escalada conflictual y en acudir a las herramientas considerando siempre el orden de «reducción de la tensión – detección de las causas – reconstrucción en común de la relación». Con esto asegurado, «casi cualquier cosa puede ser útil».
De ese modo, las herramientas del profesional que podríamos llamar conflictólogo – aunque al autor seguramente no le guste esta expresión porque no lo utiliza – engloban desde asegurar el bienestar físico y anímico con ayuda de la medicina y diversas terapias a menudo denominadas «alternativas», hasta distintos métodos cuyo objetivo es inducir a la reflexión «sobre temas determinados y de una manera determinada, de forma positiva, respetuosa consigo mismo y con la parte en conflicto, constructiva, tranquilizadora» con el fin de diluir la desorientación y la ignorancia. Entre estas últimas herramientas se encuentran la cartografía, los cuestionarios (los cuales se transforman en entrevistas si se trata de conflictos sociales o políticos), escribir cartas, un diario o cuentos, el viaje, el cambio de casa, la «participación social» (que se refiere a celebraciones y medios de comunicación, en concreto se menciona la prensa, los libros, la radio y la televisión), el «compartir los problemas ajenos», los juegos de rol, las dramatizaciones y el reconocimiento.
Entre las herramientas ocupan un lugar destacado las que están basadas en el lenguaje escrito al cual el autor le atribuye una «influencia tremenda» puesto que «promueve pensamientos más racionales y menos emotivos que las explicaciones verbales». Por eso es llamativo que no incluya los blogs entre las herramientas de «participación social», cuando en la sociedad red, la blogsfera no sólo es un medio de comunicación sino un medio cuya topología distribuida hace que sea el más adecuado para ir más allá de la participación y establecer espacios de interacción. La interacción en red distribuida es, a su vez, lo que genera identidad y comunidad, estrechamente relacionadas con las herramientas que el autor denomina «compartir los problemas ajenos» y «reconocimiento».
«Arriesgar la vida, esa es la cuestión»
Son palabras de Teresa de Ávila que el profesor Vinyamata escoge para volver a incidir en que serán los medios – la manera de cómo se vive – los que determinarán los fines y dejar claro que nunca los fines justificarán los medios. Sostiene que si luchamos «sin odio y sin propósito, con profundo respeto y hasta incluso veneración por aquellos que nos hacen el honor de escogernos como adversarios», entonces «los conflictos serán como la lluvia, el sol y el viento, que nos recordarán la vida, y nos ayudarán a descubrir la serenidad, la paz».
No acabo de ver si el discurso del autor propone al conflictólogo como un «profesional externo» en un conflicto entre dos comunidades o como un coacher dedicado a ayudar a restañar conflictos internos en una comunidad, o… algo me hace temer, un profesional del bálsamo al servicio del estado o las organizaciones internacionales en lugares donde los estados hacen tropelías en sus roces y fricciones.
Gustándome mucho el post y conectando con los valores que el autor reclama, creo que parece olvidar -y eso es muy cristiano- que hay conflictos legítimos derivados de la escasez real o artificial El conflicto -y no el amor universal- es la forma de solucionarlos, porque por mucho que se entienda la necesidad del «otro» a las finales hay que determinar el ámbito y el alcance del poder de cada uno.
Así es, uno de los mayores demandantes de los servicios del conflictólogo son los estados y las organizaciones internacionales, ONGs. Un ejemplo que trae el libro es el de Mostar después de la guerra donde la autoridad civil nombrada por la UE, el ex alcalde de Valencia, decidió poner al lado de policías bosnios y croatas policías de un país de la UE con «la orden» de suscitar conversaciones de tema salarial con el fin de que el bosnio y el croata se sintieran solidarios el uno con el otro por cobrar mucho menos que un policía de la UE. Un bálsamo, sin duda (encima contradictorio porque utiliza un nuevo conflicto para aplacar otro mayor con el fin de reducir la tensión), y si la resolución del conflicto se para allí, de poco habrá servido. No sé qué dirán los estados cuando el conflictólogo les proponga como solución que aflojen el control sobre sus ciudadanos y simplemente les traten como personas capaces de hacerse cargo de sus vidas.
Por otro lado, tengo la impresión de que el autor, más que una profesión, ve la conflictología como un campo de conocimiento transversal necesario para sobrevivir en el nuevo mundo, parecido a las competencias digitales, algo básico. Lo digo porque se pronuncia varias veces en contra de monopolios y luchas gremialistas de los mediadores.
Sobre lo segundo que comentas, Vinyamata reconoce que las necesidades tienen que quedar satisfechas. Me parece que lo que propone es que el conflicto sirviera para darse cuentas las partes cuáles son sus necesidades y cuáles sus «deseos» que serían «necesidades adquiridas», sustitutos de una verdadera necesidad en mi interpretación. En este punto se pone algo místico, refiriéndose varias veces a Krishnamurti, que ya conocemos de El mandril de Madame Blavastky. De hecho, incluye la mística de modo explícito como un campo de inspiración para la conflictología. Esta línea menos pragmática convive, al lo largo del libro, con otra que me gusta más y que busca la solución en el aprendizaje y el conocimiento.
Creo que David acierta en algo, que de camino me lleva a tu anterior post sobre abundancia y conflictología y me trae de vuelta ideas que ya salieron aquel dia.
Está claro que aunque se entienda la posición del otro, no deja de ser precisamente eso: el otro. Y al final podrá existir un acuerdo de mínimos, pero los acuerdos de mínimos no suelen ser estables: bajo ellos subyace el deseo de hacer conseguido más en la negociación, la voluntad de aprovechar cualquier mínima oportunidad para desequilibrar la balanza y volver a forzar una nueva negociación. El conflicto no habría desaparecido.
Así, vuelvo a la idea de deliberación frente a debate, pero esta vez creo que vale la pena pararse sobre una cuestión: ¿se puede deliberar con todo el mundo? Creo que no: sólo se puede deliberar en el plano interno, con los que son tus iguales. Los de fuera, al final, serán ellotro… con metas diferentes y lógicas diferentes. Quizá la deliberación está muy impedida en esas circunstancias: quizá por eso hay que asumir que siempre habrá conflicto.
El libro tiene un enfoque universalista, pero no dejo de tener la impresión de que, en el plano de lo concreto, Vinyamata sabe que al seguir la pista de los conflictos hasta sus causas, habrá que abandonar el universalismo y enfrentarse a la identidad y a la comunidad. O es, al menos, lo que yo veo entre líneas.
En conflictos entre distintas comunidades, lo que me parece que pretende la conflictología es precisamente transformar, diluir los conflictos de modo que no haya deseo de haber conseguido más en la negociación y aprovecharse de la más mínima oportunidad. Y es aquí que se pone algo místico y que no acabo de ver. Porque, tal como dices, no es posible deliberar con todo el mundo. Y, si bien el autor no deja de repetir la importancia de aceptar la diversidad, no veo cómo se puede conseguir que, sin interacción, las partes en conflicto puedan quedar todas simultáneamente satisfechas.
Me ha encantado tu artículo, y sobre todo cómo enlazas la conflictología con la pasión por el cambio, el reconocimiento de la diversidad y la aparición de la descomposición en la resistencia al cambio. Precisamente leía hace unos instantes en el libro de Eduard Punset El viaje a la felicidad cómo la estrategia competitiva (que busca vencer al otro de cualquier forma) crea el dualismo que comentas, mientras que la estrategia cooperativa deviene en nuevas relaciones con los otros para superar las dificultuades, es decir, en el cambio continuo que sugiere Vinyamata. Al margen de esto, Punset también destaca el miedo como una de las emociones que más arrastran a la infelicidad. En relación a la Teoría de Juegos, cuando la educación de la mayoría se ha basado en la competitividad, el miedo lleva con facilidad a preferir la estrategia competitiva y la elección egoísta, que además (como en el dilema del prisionero) lleva a los peores resultados para las partes.
En relación con el cambio, hay algo en la siguiente cita de «Mundo espejo» de Gibson que creo que es de interés para la conflictología.
«Lo único que sé es que la única constante en la historia es el cambio: el pasado cambia. Nuestra versión del pasado interesará al futuro más o menos tanto como nos interesa a nosotros el pasado en el que pudieran creer los victorianos. Simplemente, no les parecerá demasiado trascendente.»
Me refiero a que el pasado cambia. Que cada cual podemos construirlo.
¡Qué bien que menciones la Teoría de Juegos! Justo ayer llegué a la conclusión, al leer «El capitalismo que viene», que me vendría bien ahondar más en ella.