Fin de semana de bombones

Deliciosos bombones de autor empaquetados en bonitas cajas, diseño también de las casa. Esto era para mí La bombonera de Barco hasta ayer, que tuve la suerte de participar en un taller de bombones de Teresa, la bombonera. Un curso de 3 horas con 4 personas.

Teresa fue diseñadora gráfica antes de hacerse bombonera hace ya 15 años. Sus 10.000 horas de aprendizaje las distribuyó entre chocolaterías en Francia, Italia, Suiza y su propio negocio en Madrid hasta, como todo maestro, conseguir hacer las cosas «a su propia medida».

El curso permitió hacer y comer prácticamente todos los tipos de bombones que vende La bombonera:

  • Frutas frescas y confitadas bañadas en chocolate
  • Trufas cubiertas de chocolate puro en polvo
  • Bombones de molde rellenos de trufas
  • Músicos
  • Rocas

La trufa, en este caso, la hicimos de té Earl Grey.

Trufas de molde

Me impresionó mucho que Teresa nos dejara rellenar los moldes y hacer prácticamente cada una de las tareas que implica preparar un bombón.

Algunas cosas que he aprendido:

  • El sabor del haba de cacao.
  • El chocolate blanco está hecha de manteca del cacao.
  • La trufas también las llaman ganache en el mundillo bombonero.
  • El praliné es una mezcla de almendra y avellana molidas y de azúcar caramelizado (yo pensaba que praliné y trufa eran lo mismo).
  • El chocolate no ha de calentarse nunca más allá de los 60 grados centígrados. ¡Cuidado con esos aparatitos de fondue con velita!
  • El chocolate destinado a cubrir trufas y frutas hay que trabajarlo: mantenerlo a 40 grados centígrados durante dos días y templarlo hasta 30-32. El proceso de templado consiste en remover el líquido en una tabla de mármol con mucha maña. Trabajar el chocolate asegura que luego, como cobertura, brille y haga crack al morderlo.

Teresa no ha dudado en compartir sus recetas y sus trucos: salimos, aparte de una bolsita llena de los bombones que hemos hecho, con un cuadernito de recetas seleccionadas para hacerlas fácil en casa. Creo que acierta en el enfoque: permitir que se forme un grupito de clientes interesados en experimentar en casa, comprarle ingredientes y comentar con ella sus avances, puede ser el camino adecuado a un negocio más sostenible. Todo ello a través de retar a los clientes, y a sí misma, con nuevas recetas y materias primas.

El taller no terminó ahí. El aprendizaje, a partir de ahora, será personalizado. Yo, por ejemplo, seguro que en breve iré a por manteca de cacao que antes no sabía donde comprar, para hacer la tarta de chocolate que hasta ahora hacía con manteca de coco y que, por eso, sabía a coco.

Ser bueno en algo o: vivir en una cueva no nos convierte en geólogos

Leyendo sobre un hábito de productividad que consiste en alternar 90 minutos de trabajo concentrado con 20 minutos de descanso, llegué a un artículo titulado The Making of an Expert. A continuación, unos rápidos apuntes de lo que más me llamó la atención.

No hay atajos al talento

Los tres autores –K. Anders Ericsson, Michael J. Prietula y Edward T. Cokely– citan un estudio que coordinó Benjamin Bloom y que identificó tres atributos de los participantes, todos excelentes en algún campo:

  • practicaron intensamente
  • tuvieron maestros que demostraron gran entrega
  • contaron con el apoyo y el entusiasmo de su entorno a lo largo de sus años de formación

Citando más estudios similares, los autores afirman que no hay atajos al talento, que los expertos siempre se hacen, nunca nacen. Y que la cantidad y la calidad de la práctica importan mucho.

Práctica deliberada

Malcolm Gladwell nos enseñó que hacerse maestro en algo lleva 10 años (o 10.000 horas) de práctica. Ahora he aprendido que la práctica adecuada viene a llamarse práctica deliberada. La práctica deliberada es la que está enfocada a ir más más allá del nivel actual, es decir, más allá de la zona de confort. Hacer cosas que todavía no sabemos hacer bien o no sabemos hacer en absoluto.

La práctica deliberada abarca dos tipos de aprendizaje: (1) mejorar las habilidades que ya tenemos y (2) expandir el ámbito y el alcance de nuestras habilidades. Estos dos tipos de aprendizaje requieren de tal concentración que sólo es posible dedicarle un tiempo bastante limitado cada día.

Si practicas con tus manos, nunca es suficiente tiempo. Si practicas con tu cabeza, dos horas son abundantes.

—Nathan Milstein

Descuidar la práctica deliberada es muy fácil. Personas que son muy buenas en algo pueden pasar a dar respuestas automáticas o basadas en la intuición, si el contexto no les permite seguir retándose con casos atípicos y situaciones nuevas. Al mínimo descuido, los sesgos empiezan a campar a sus anchas. Y con la edad, más. Lo bueno es que con la práctica deliberada se puede prevenir y para ello no faltan evidencias.

Intuición

La idea de la intuición como algo al que prestarle más atención es muy popular. Hay quienes se enorgullecen de solucionar las cosas casi siempre a base de la improvisación. Y mientras es cierto que esto puede funcionar en situaciones rutinarias, sucede que la intuición, si funciona, es como resultado de la práctica deliberada que «ha puesto cerebro en los músculos».

Medición

El experto, para poder ser considerado como tal, ha de pasar tres pruebas:

  • Hacer las cosas mejor que sus iguales de forma consistente
  • Obtener resultados concretos (ganar esa partida de ajedrez, curar ese paciente)
  • Poder replicar las cosas que hace en un laboratorio

Si no se puede medir, no se puede mejorar

—Lord Kelvin

Ser nuestro propio maestro

No por ser el último punto, es menos importante (la razón de ser el último punto es la imagen): de maestro necesitamos a una persona que no sólo nos acompañe en esa práctica deliberada sino que nos enseñe ser nuestro propio maestro.

Hábitos de alimentación y autoexperimentos

Apuntarse el peso diariamente es en sí un buen método para adelgazar. Convertirlo en hábito no parece difícil y esos dos minutos al día que le dedicamos, hacen que la meta esté presente en nuestro día a día. También es una oportunidad diaria de reflexionar sobre el avance.

He leído sobre una persona, se llama Hugo, que aparte de apuntar diariamente su peso, fotografió durante un mes cada comida que tomaba. Todo al raíz de una operación cardíaca y un experimento de comer vegano.

Experimento de Hugo Campos

El experimento de Hugo me gusta. Mi reflexión al hilo es que, si para un adelgazamiento paulatino pueden ser suficientes esos dos minutos de apuntarse el peso, querer darle un giro drástico a nuestra dieta, como comer vegano, para ser viable requiere probablemente de más apoyo. En este caso, el anuncio del experimento, su documentación y su compartición. Juntos, estos elementos pueden permitir dos cosas: la autoreflexión más frecuente y un seguimiento p2p (aunque sólo sea potencial y haya poca interacción) que aumente el compromiso. El lema del experimento:

I hope that sharing these photos with the world will encourage me to become more mindful, selective and aware of what I eat. My motto for the month is «if I’m embarrassed to photograph it and share it with others, I should feel embarrassed to eat it.»

Es el enfoque desde dentro hacia afuera («me impulsa a ser más selectivo») que diferencia este experimento de la reeducación y el adiestramiento.

Número de Dunbar, herramientas web y confianza

Hace unas semanas estuve viendo Path, una aplicación para móviles, optimizada para el mantenimiento de las relaciones más íntimas de las personas: pareja, familia, amigos íntimos. Si Facebook no me gusta porque persigue mantener las personas y las relaciones dentro de sus muros (aparte de ser una aplicación privativa y centralizada y una empresa que trafica con datos personales), Path, que hace lo mismo pero con la meta de que te expongas aún más, en tu faceta más íntima, me echa mucho para atrás. Pero me ha resultado interesante descubrir en Error500, que en Path el número máximo de las personas con quienes compartes está limitado a 150, inspirado en el Número de Dunbar.

En Bazar, dónde pensábamos en las redes como grupos de empresas interesadas en crear un mercado preferente entre ellos y de cara a su exterior, también barajábamos el Número de Dunbar como el tamaño máximo de un grupo de empresas así.

150 parece ser el número aproximado de personas con las que podemos relacionarnos a base de responsabilidad y confianza. La escala humana. Más allá de este número, nos volvemos un poco hormigas hasta, en algún momento, sólo diferenciar entre Cero y Algunos, algo que nos acerca a argumentaciones como esta de la Reina de las hormigas: «No te preocupes por las hormigas bajo tus patas, no es posible que mates más de cero».

Sistemas complejos y fuertemente acoplados

Dominó de colores

Mencioné el otro día el nuevo libro de Tim Harford sin haberlo leído. Ahora que ya le he hincado el diente, puedo contar más cosas.

Una, en concreto. Harford, una vez concluido que, en un sistema complejo como la economía, la experimentación continua, la prueba–error de la evolución biológica, es la mejor estrategia, mira al sistema financiero y ve que ahí esto no es del todo cierto. No lo es porque para que esto funcione, los errores han de ser sobrevivibles.

El sistema financiero no sólo es complejo sino también fuertemente acoplado (tightly coupled). La consecuencia de esto es que los errores no son sobrevivibles. Como el espiral de dominó de la imagen de arriba. Si cae uno de los dominós, caen todos sin excepción.

Esta segunda característica asemeja el sistema financiero a sistemas industriales complejos como plataformas petroleras o plantas nucleares. En estos campos busca Harford posibles soluciones para el sistema financiero.

La solución, grosso modo, parece estar en la hábil creación de puertas de seguridad. Los mismos jugadores de dominó las utilizan cuando colocan cientos de miles de piezas. Cuando el aleteo de un gorrión provoca el derrumbe de una pieza, es una alegría que sólo caigan unos pocos de miles.

La puerta de seguridad más llamativa de las que identifica Harford, son las personas. Basado en un estudio que concluyó que de 216 acusaciones de fraude financiero entre 1996 y 2004, los empleados destaparon más que cualquier otra medida (por ejemplo las auditorías), propone crear incentivos para que más personas que piensan que las cosas van mal, decidan hablar.

Ayer escuché la charla de Halla Tomasdóttir sobre la ética de su empresa de servicios financieros. Ahí creo identificar otra de estas puertas de seguridad: no invertir en lo que no entendemos.

Reeducación alimentaria

Una charla de ayer me enseñó que el uso del término «reeducación alimentaria» no es sólo de Natur House sino quizá sea de un grupo más amplio de nutricionistas. A mí eso de «reeducación» no deja de ponerme los pelos de punta. Y recordarme la reacción de la amante rusa de Toni Soprano al escuchar que tratarían su depresión en un «centro de reeducación».

Si algo claro salió de esta charla es que «hay muchos metabolismos posibles», que distintas personas responden de forma distinta a los alimentos (por eso no hay «dietas milagro») y que el futuro de la nutrición probablemente pase por el análisis genético. Por comer alimentos para cuya digestión más preparado esté cada persona.

Un futuro, sin embargo, que al parecer el nutricionista que dio la charla no se lo acaba de creer. O así me explico que siguiera hablando de necesidades de nutrientes de la «población» y de volver a comer «normal» tras una dieta para adelgazar.

Si la verdad está en los genes, la «población», en especial la de las grandes urbes y de lugares con muchos movimientos migratorios, va a tener necesidades muy dispares entre sí. Pero lo que más me chirría es el implícito detrás de volver a comer «normal»: la contradicción entre descubrir cuál es la dieta más saludable, es decir, la normalidad de cada persona y la vuelta a una normalidad relacionada con la «población», parece que el nutricionista no la tiene resuelta.

Nada que ver con la propiedad del capital

Los recursos críticos de las empresas de hoy no son edificios o materias primas sino sus competencias distintivas — su sistema de organización, su reputación con clientes y proveedores, su capacidad de hacer cosas nuevas. Estos atributos no pueden ser, en ningún sentido que sea relevante, propiedad de nadie en concreto.

John Kay sobre la economía de mercado como sistema complejo. No vale criticarla con argumentos del siglo XIX.

Si tu jefe te marea, te explota o se hace con el valor añadido que creas, las causas de todo esto no tienen nada que ver con la propiedad del capital. Mientras que el control sobre los medios de producción e intercambio es extremadamente importante para la organización de los negocios y las estructuras de poder en la sociedad, la propiedad de los medios de producción e intercambio importa muy poco.

Más sobre la economía de mercado como sistema complejo en Juan Urrutia.