Un siglo antes de McLuhan…

Samuel Butler, novelista y teórico de la evolución de las máquinas, en 1863:

[Llegará el día] en que todos los hombres de todos los lugares, sin pérdida de tiempo, serán conocedores a través de sus sentidos, de todo lo que desean saber de los otros lugares, a un coste bajo, de manera que el colono de un país remoto podrá estar al tanto de la venta de su lana en Londres y tratar con el comprador en persona; podrá estar sentado en una silla dentro de su choza mientras escucha la representación de Israel en Egipto en el Exeter Hall; podrá probar un helado en el Rakaia [un río neozelandés], que pagará y recibirá en el teatro de la ópera italiano […] [Es] la gran aniquilación de tiempo y lugar por la que todos estamos esforzándonos, y que en una pequeña parte se nos ha permitido ver realizada en la actualidad

(Butler, Samuel. 1863. From our mad correspondent. Canterbury Press, 15 de septiembre, reimpreso en J. Jones. 1959. The cradle of Erewhon: Samuel Butler in New Zealand. University of Texas Press, Austin, págs. 196-197. y citado en la página 338 de Schneider, Eric D. y Sagan, Dorion. 2008. La termodinámica de la vida. Física, cosmología, ecología y evolución. Tusquets Editores: Barcelona)

Los seis grados de separación: de la literatura a la ciencia

Foto de Frigyes KarinthySegún el concepto de los seis grados de separación, hoy popular gracias a las redes sociales online, cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier otra persona mediante una cadena de conocidos con no más de cinco intermediarios. Albert-László Barabási, profesor de física en la Universidad de Notre Dame (Indiana, EEUU), afirma en su libro Linked que fue en un cuento del escritor húngaro Frigyes Karinthy, donde el concepto apareció por primera vez por escrito. El cuento se titula «Láncszemek» (Eslabones) y es del libro «Minden másképpen van» (Todo es distinto) editado en 1929 como el cuatrogésimo sexto libro del autor.

He aquí una traducción (no literaria) al español de un fragmento del cuento.

[…]

Por lo demás, del debate se desarrolló un juego amigable. Para demostrar que los habitantes del planeta están mucho más cerca los unos a los otros que antes, desde todos los puntos de vista, uno de los miembros del grupo propuso una prueba. Señalen un individuo concreto cualquiera del billón y medio que habitan la Tierra, en cualquier punto de la Tierra – él apuesta que a través de un máximo de otros cinco individuos, de los que uno es conocido suyo, puede relacionarse con ese individuo, únicamente a base de conocidos directos del tipo «tú que conoces a X. Y., dile que hable con su conocido  Z. V.» etc.

– Esto lo quiero ver – dijo alguien -, pues, digamos… digamos Selma Lagerlöf.

– Selma Lagerlöf – dijo nuestro amigo -, nada más fácil.

Se lo pensó tan sólo durante dos segundos y ya lo tenía. Pues Selma Lagerlöf, como ganadora del Premio Nobel, es evidente que conoce personalmente al rey sueco Gustavo, ya que fue ése que, según las reglas, le entregó el Premio. Y resulta que el rey sueco Gustavo es un destacado jugador de tenis, participa en los torneos internacionales, jugó con Kehrling al que, sin duda, conoce y aprecia – y a Kehrling lo conozco yo mismo muy bien (nuestro amigo está muy aficionado al tenis). He aquí la cadena, tan sólo se necesitaron dos eslabones de los cinco, lo que es natural porque a las personas famosas y populares es más fácil encontrar caminos que a las insignificantes, ya que las primeras tienen un sinfín de conocidos. Háganme el favor de elegir una tarea más difícil.

De la tarea más difícil, un trabajador de la fábrica de Ford, me encargué yo mismo y lo resolví con cuatro eslabones. El trabajador conoce al encargado del taller, el encargado del taller conoce al mismo Ford, Ford está en buenos términos con el director ejecutivo de la Hearst Corporation, a quien Árpád Pásztor conoció de fondo el año pasado y a Árpád Pásztor no sólo lo conozco sino, que yo sepa, es muy buen amigo mío – si se lo pido, telegrafia al director-ejecutivo para que éste avise a Ford, para que Ford avise al encargado del taller de que el trabajador me monte un coche con urgencia que resulta que justo necesito uno.

Así siguió el juego y nuestro amigo acabó tendiendo razón – en ningún caso se necesitaron más de cinco eslabones para que cualquiera que estábamos allí conectáramos con cualquier habitante de la Tierra sólo mediante conocidos personales. Ahora bien, pregunto entonces, ¿ha habido alguna vez época en la historia en que esto fuese posible? Julio César fue un hombre muy grande pero si se le hubiese ocurrido obtener enchufe, en unas horas o días, a un sacerdote maya o azteca de la América de entonces – no lo hubiese conseguido ni con trescientos eslabones, ya que de los posibles o imposibles habitantes de América supieron entonces menos de lo que nosotros sabemos de Marte y sus habitantes.

[…]

Tres décadas más tarde, en 1967, el profesor de Harvard Stanley Milgram redescubrió los seis grados en una investigación empírica llamado Experimento del Mundo Pequeño cuyo objetivo fue encontrar la «distancia» entre dos personas cualquiera en los Estados Unidos. Si bien encontró que el número medio de intermediarios era de seis, no fue él quien acuñó el término «seis grados de separación». Fue el dramaturgo estadounidense John Guare que lo hizo con su obra de 1990 titulado Seis Grados de Separación del que en 1993 se hizo una película con el mismo título.

El experimento de Milgram se limitó a Estados Unidos. En la obra de Guare los seis grados ya se aplican a todo el mundo. Como hay más gente que ve películas que la que lee textos de sociología, fue la versión de Guare que se popularizó. Así nació el mito. Un mito que cada vez resulta menos misterioso: Barabási, sin ir más lejos, en la página 40 de su libro mencionado, afirma que el fenómeno del mundo pequeño es un atributo estructural de todo tipo de redes.